Es algo que acabo de hacer en 20 minutos. Así que se agradecerán comentarios constructivos sobre el comienzo del relato. Es sobre Rosita. Mi PJ principal
Prólogo
El cielo se presentaba oscuro. El viento traía polvo del desierto y parecía que llorara como si algo malo estuviera a punto de suceder. Una sombra cruzó las puertas de las pirámides y se adentró en la oscuridad del edificio.
La sombra, ataviada con un manto y una capucha, recorría el laberinto del piso inferior. Nada más cruzar la primera esquina, un poporing, empezó a saltar, asustado, alejándose de la amenaza que acababa de aparecer. Cuando la aparición llegó al centro se escondió, practicando un cloack perfecto, y empezó a descender las escaleras. Nada más comenzar, dos priest, de rodillas, custodiados por dos assassins y dos snipers, recitaban la oración “Ruwach”, iluminados con un color azul fantasmagórico provocado por la constante oración.
Los halcones se pusieron a graznar como locos. Los guardias, alertados, se pusieron en posición de ataque. Los snipers tensaron sus arcos, los assassins cogieron sus dagas envenenadas y prepararon sus katares.
- ¿Quién va?
La sombra se mostró. Se quitó la capucha lentamente, con los ojos cerrados y con las dos manos, mostrando un pelo largo y de un color violeta, una nariz aguileña y unos labios bien definidos. Cuando abrió los ojos (de un color verde manzana) miró directamente a los dos assassins.
- ¿Acaso no me reconocéis?
- ¡Señor!
- ¿Qué está sucediendo?
- Señor, le están esperando. Adelante.
- ¿No me habéis entendido? ¿¡Tendré que repetir la pregunta!?
- No sabemos nada señor. Los ancianos nos reclutaron para vigilar la entrada y que nadie salvo usted entre.
Todos bajaron las armas y se pusieron de espaldas a la pared. El hombre cruzó a través de los dos priest que seguían rezando, provocando un ligero murmullo con su manto.
La luz iba aumentando cuanto más se adentraba en el pasillo. Al llegar al final, se abrió ante él una vasta habitación, con cinco pilares formando un semicírculo. Al ponerse en el centro aparecieron de repente cuatro figuras, ataviadas con trajes blancos, vendas en los ojos y capuchas. La que estaba más a la derecha comenzó a hablar.
- Vemos que has recibido el mensaje que te mandamos
- Vine tan pronto como pude, Mïndel. Recibí el mensaje en Niffelheim y hay un camino muy largo hasta aquí.
- ¿…Nifelheim…? – Casi no tenía voz al pronunciar esa palabra
- Recibí una petición de la gente de Umbala. Tenía que detener las barbaridades que estaba haciendo Loli Ruri. ¿Para qué tanta urgencia?
La voz ahora sonaba de la izquierda, una voz mucho más profunda, mas llena de matices y con un acento que parecía de Payon:
- Tenemos una misión muy delicada para ti. Se trata de seguimiento e instrucción. Las viejas leyendas de la primera guerra vaticinan la llegada del ser elegido.
Las dos personas centrales empezaron a hablar al mismo tiempo:
- En los albores de la última guerra, las Valkirias brindarán al mundo con la reencarnación del gran guerrero. Destinado a vivir con la marca de la destrucción, vagará por el mundo alimentando su ansia de destrucción y su sed de sangre. El que fue héroe de la antigüedad, volverá nacido del fuego de la pasión sobre un lecho de caos y muerte.
- ¿Qué necesitan que haga?
- El niño de la leyenda está a punto de nacer. Queremos que te dirijas a la capilla de Santa Capitolina, al este de Prontera, atravesando el bosque de Mandrágoras. Necesitamos que cuides al niño y le enseñes a seguir el camino verdadero. Si la leyenda es cierta, podría ser un gran aliado durante Ragnarok.
- Contamos contigo, Rîkodö.
- Me pongo de camino entonces, son 3 días de camino hasta Prontera, y otro más hasta la capilla.
- Que Löki te proteja.
Las figuras desaparecieron, y Rîkodö dio media vuelta y se dirigió a la salida. Atravesando otra vez el laberinto, atravesó la entrada.
En ese mismo momento, en la capilla de Santa Capitolina, los Monks ayudaban a dar a luz a la protegida de todos, una muchacha joven, única superviviente del asalto a su pueblo. Con la única luz de unos candelabros, la mujer, pelirroja, con la mirada perdida y perlas de sudor en su frente, terminaba de engendrar lo que sería el último recuerdo de su paso por este mundo. Cuando la criatura empezó a llorar, los monjes la cubrieron entre mantas de lino y le susurraron a su madre:
- Has tenido una niña hermosísima
Ella lo único que podía hacer era alargar los brazos hacia su neonata hija. Cuando se la pusieron en los brazos, con mucha delicadeza, posó sus labios sobre la frente de la niña, y exhalando su último suspiro en la nueva vida, la suya se fue, con una sonrisa en los labios y una lágrima en la mejilla.