*** Megami Sora
Hogar El murmullo de gotas que golpeaban débilmente el techo, resonaba con eco en aquel viejo edificio. Las cortinas bailaban impasibles, movidas por la fresca brisa que atravesaba la ciudad.
Las oscuras noches sin Luna, ahora menos calmadas que antes le provocaban escalofríos a Sora llevándola a pensar en su ingreso al gremio. Desde que la carta de aceptación había llegado a su casa, Sora se había sometido a incontables horas de estudio. Recibió lecciones de todo tipo pues debía tener la formación mínima que recibían los estudiantes de las familias más poderosas.
La atenazante lluvia cobraba vida minuto tras minuto durante la amarga noche antes del inicio oficial. Sora se tumbó en su cama con el corazón martilleando fuerte en su pecho; sin sueño se cubrió con las mantas y se dedicó a observar el techo por horas. Al menos hasta que el sueño acabó con su vigilia.
Despertó sobresaltada, se sentó sobre la cama y vislumbró maravillada el oscuro horizonte que ya clareaba con los tenues rayos de sol. Se pasó las manos por los ojos y apartó la sábana que la cubría. La espera había llegado a su fin, y hoy era el comienzo de una nueva vida. Era el principio de su propio camino, uno labrado con esfuerzo y mucho empeño. Se estiró de nuevo y se bajó de la cama, anduvo con los pies descalzos por la oscuridad de su habitación y maldijo por lo bajo cuando su pie golpeó uno de los muebles situado junto a la puerta. Se burló de sí misma y caminó hacia el cuarto de baño.
Las ramas de los árboles se golpeaban entre sí y las hojas caían como lluvia sobre los jardines del gremio. El corazón de Sora dio un vuelco y por un momento se detuvo para mirar nerviosa a su alrededor. Jóvenes estudiantes de todas las edades vestían elegantes trajes, sus andares, seguros e impetuosos los tornaban intimidantes frente a sus ojos de niña. Entre tanto, paseó la mirada por los presentes y ante sus ojos, destacó una pequeña mancha verde del mismo tono de su traje.
Inhaló profundamente y se adentró en la multitud mezclándose entre ellos. Caminó despacio, con la mirada clavada en el suelo hasta que se encontró de golpe contra alguien. Sintió un leve ardor en las mejillas y levantó la cabeza para disculparse con un ser que parecía ajeno a lo acontecido. Conforme sus ojos ascendían, descubrió que había comenzado su aventura con el pie izquierdo, como solía decir su abuela, al notar el tono azul del traje del joven.
Cuando sus ojos enfrentaron los de él, el rubor de sus mejillas se tornó más férvido por lo que apartó la mirada y se disculpó sin mirar a su superior. El muchacho de finos rasgos y blanca piel, dejó escapar un hosco gruñido y le restó importancia a lo sucedido.
-Lo siento, espetó Sora en un débil tono cohibido.
-No es nada, dijo el chico con un melodioso acento.
Tenía un tono entre suave y ronco, y por el acento, Sora supuso que provenía de algún país del noreste. La chica asintió y musito algo para sí antes de dar un paso hacia atrás para marcharse. Una vez apartada de la muchedumbre, sintió sobre sí, la escrutadora mirada de los presentes. Muchos estudiantes de todas las clases sociales se habían presentado al gremio para dejar la solicitud pero sólo dos eran elegidos cada año, habían sido Sora y la otra chica. No fue hasta que esta se acercó y se colocó a su lado, que Sora se sintió aliviada.
La mujer era en estatura, tan alta como ella, llevaba el cabello negro corto, justo en la base de la nuca. Su piel morena, bronceada por el cálido sol de una extraña tierra que Sora no lograba descifrar, contrastaba a la perfección con los afilados rasgos de su rostro. Esto sumado con el oscuro color de sus ojos le hizo recordar a Lya, su amiga de la infancia. Sora la miró de reojo y para su desconcierto, la mujer la estaba mirando detenidamente. Quiso apartar la cara pero no sería tan obvia.
-¡Hola!, saludó la chica con una sonrisa abierta que mostraba sus dientes blancos.
-¡Hola!, contestó Sora.
-¿Nerviosa?
-Sí, un poco.
-¡Oh, qué descuidada! Mi nombre es Dana.
-Sora, un plac…
Antes de que completara la frase, las grandes puertas del salón de ceremonias se abrieron mostrando el brillo cegador del cuarto. Las voces se acallaron y poco a poco las personas se ordenaron en un orden que Sora no conocía, frente a la entrada. Un hombre de mediana edad se acercó a ellas y las hizo seguirlo. Sora miró a Dana con una expresión confusa y luego avanzó a la saga del hombre.
Caminaron entre hombres y mujeres de todas las edades y profesiones. El corazón de Sora se contrajo al percibir el color azul de los superiores; según había escuchado, aquel trío jamás se apersonaba el día de ingreso. Atravesaron el pequeño espacio que estaba ocupado por los Likaryos de alto y bajo rango y finalmente, se situaron tras los Kora.
-Mera, dijo el hombre que las había llevado hasta allí, están listas.
Mera se volvió hacia el hombre e hizo un gesto con la mano. El aludido se acercó a Dana, la tomó del brazo y la colocó –como si de una pieza de madera se tratase- al lado de Mera. Sora lo miró asustada cuando sostuvo su brazo y la llevó junto al segundo Kora. Por el ancho de sus hombros, Sora se percató de que era uno de los dos hombres integrantes pero no sabía cuál. “Al menos Dana está con Mera”. Suspiró y se mantuvo erguida al lado del hombre de túnica oscura.
Los Kora, Dana y Sora se movieron hacia un lado dejando el paso libre para los demás. Primero ingresaron los Likaryos y tras ellos, los ataviados con colores vivos e informales. Cuando todos entraron, el Kora que no tenía compañero se colocó frente a la puerta abierta, justo en medio y aguardó a que sus compañeros le siguieran.
Mera se situó a su izquierda con Dana a su propia izquierda y el Kora que escudaba a Sora se colocó a la derecha del hombre. Sora se movió temerosa y se movió para quedar a la derecha de su Kora. Cuando el Kora del medio dio un paso hacia adelante, Sora sintió un vacío abismal en su estómago. Hizo apego de toda su fuerza de voluntad para mantener su rostro inexpresivo y la espalda erguida, avanzó junto al resto. La voz de una mujer anunció su ingreso.
-Los Kora: Mera, Kiora, Xaray se apersonan para recibir a las nuevas integrantes del gremio: Sora y Dana.
Los presentes se pusieron de pie y esperaron a que los Kora y las pupilas tomaran sus asientos.
-El líder de los Kora, se dirigirá a ustedes.
El asombro y los murmullos no se dejaron esperar en cuanto la anciana se bajó del pequeño escenario. El Kora que había tomado el asiento central, descendió por las gradas y aguardó hasta que el ruido cesara. El sonido de voces se fue apagando poco a poco y en breve, la sala quedó en medio de un silencio sepulcral.
-Que no se tema a lo nuevo y lo inusual, que la luz perdure y la entrega jamás cese. Dana, Sora, y todos los nuevos miembros, no teman mostrarse y no se vean acobardados por nada ni nadie.
Sora se vio a sí misma asintiendo; el Kora sentado junto a ella le dio un pequeño golpecito en el hombro y supo entonces, lo que debía hacer. Se puso de pie y al unísono, descendió con Dana. Se aproximaron a paso lento y se detuvieron antes de inclinarse ante Xaray. El líder se acercó a una de las mesas situadas junto a él y tomó una capa del mismo color que la túnica de las mujeres que frente a él se encontraban. La extendió cuando estuvo delante de Sora y abrió la boca para decir las palabras rituales.
-Sora, hija de Kura y Nei, el gremio te acoge ahora; expresó con su inusual acento.
-Tomaré mi cargo con honor y responsabilidad, consagro mi vida al servicio del gremio. Mi poder y mi fuerza no son míos nunca más.
Al concluir, Xaray soltó el broche de la capa y la acomodó sobre Sora cubriendo su juvenil rostro y procedió a realizar lo mismo con Dana. Cuando hubo terminado, el hombre se volteó para enfrentar las curiosas miradas de todos y llevó su mano hacia su cabeza para retirar la tela que cubría su rostro. La parte de la capa cayó en su espalda y los Kora situados en la parte alta de los peldaños, imitaron su movimiento.
Mera quien había acompañado a Dana, descubrió el bello rostro de una mujer joven con un largo cabello castaño. El que debía de ser Kiora dejó a la vista su pálida tez adornada por una barba incipiente. Los Kora se miraron durante unos momentos y finalmente, el público aplaudió.
La ceremonia se extendió durante una hora más, hasta el almuerzo. Al terminar, tanto los Kora como los Likaryos y el resto del Conpheso, se dirigieron hacia el edificio que se hallaba tras el gran salón. Sora buscó a Dana con la mirada y la encontró de pie justo detrás de los Likaryos. Se abrió paso entre la gente y se detuvo a su lado
-Es momento de socializar, Sora.
-Lo sé, según leí tendremos que ubicarnos solas y entablar conversación con los otros estudiantes.
Dana asintió con la cabeza e hizo un tenue ruidito.
-Mmm, Sora.
-¿Sí?
-No hay más como nosotras, ¿verdad?
-No, por lo que tendremos la residencia sólo para nosotras. Los Likaryos juntos, los Kora juntos, los estudiantes, los hombres y mujeres de las distintas profesiones juntos, y tú y yo, solas con los sirvientes.
-¡Genial!
-No lo veo tan genial estando en medio de Likaryos y Koras.
-En eso tienes razón, Dana apartó la mirada y la clavó en la mesa con comida. ¿Qué te parece? ¿Vamos?
-Con todo gusto.
La noche cayó entre risas y conversaciones, Sora y Dana compartieron aquel rato juntas comiendo y dialogando con las personas de su mesa. Al finalizar, se despidieron y se perdieron en la oscuridad de la noche.
Cuando se dirigían hacia su residencia, se encontraron con los Likaryos quienes guardaron silencio al divisarlas. Los cinco chicos y la mujer, las miraron con discreción mientras pasaban junto a ellos. Fue entonces cuando Sora vio al chico con el que había tropezado temprano. Lo miró de soslayo y caminó junto a Dana.
-Luar, dijo uno de los Likaryos.
Sora miró hacia atrás y observó curiosa cómo el joven de aspecto retraído, contestaba a su compañero.
-Vamos, vamos, apuró Dana.
-Ya voy, contestó Sora.
El viento cálido movió sus túnicas verdes hasta que ingresaron a la gran edificación de piedra oscura. Al verse solas en aquella extraña inmensidad, Sora sintió un escalofrío cuando la realidad le dio de lleno, a partir de ese instante, el gremio sería su hogar.
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N/A: el proyecto surgió como una más de mis locas cavilaciones, carece de título por el momento permanecerá así hasta el día en que encuentre el nombre que encaje. Para mis amados D, M, J, E y todos aquellos que forman parte de esta emocionante entrega.