A ver, pequeñas hormigas oprimidas del mundo*, esto es para aquellos que no les gustó mi primera historia por ser MUY sencilla y corta. Sin sangre, sin emociones fuertes, una ilusión infantil.
Es el fin de mi personaje (el cual es espartano, claro está).
*frase copiada del super pro y adoradisimo [[[[[Antila]]]]]
Acostado en el piso de la segunda planta, con mirada vacía, como si contemplara el techo. Con un enorme charco rojo debajo de él. Empezó como un punto en la espalda, y terminó con una gran mancha de sangre. Un finísimo hilo de aquél líquido carmín sale de esos labios que alguna vez ella saboreó. Él, caballero. Ella, herrera. Los dos acostados en el suelo, tomados de la mano… la carne frágil de la amada es protegida por los fríos y metálicos dedos del caballero.
Entonces, él reacciona. Parpadea… y trata de incorporarse un poco. Pero el desgarrador dolor que le consume todo el cuerpo no se lo permite, imantándolo al piso. ¡Pero no se rinde! Reúne todas sus fuerzas, luchando contra su propia muerte, luchando por un descanso eterno digno.
Sentado, con la espalda sangrando a mares, muy apenas. Mueve ambas manos, lográndolo vagamente. Sus dedos no reaccionan.
El aire se hace más pesado, la vista se le nubla. El cuerpo le pesa toneladas. Despacio, muy despacio, alza la mano derecha y mira su guante metálico: puntiagudo, brillante y rojo. Maldice y de inmediato actúa: con la mano izquierda se deshace del primer broche, el del antebrazo. La pieza metálica se afloja, empezando a colgar. Después, el segundo broche, el de la muñeca. Ahora la pieza cuelga casi tocando el suelo. Pero faltan los dedos aún. Esos dedos… más de una vez fueron usados para sostener sus armas, sus valores y principios. Y otras tantas veces recorrieron el cuerpo delicado y a la vez fortalecido de su adorada Angellore.
Al final, logra liberas sus dedos, dejándolos respirar. La pieza de color celeste cae al suelo con un gran estruendo, haciendo eco.
¡Klank!
¡Por fin el descanso digno!
La mano derecha del caballero toma la izquierda de Angellore. Pero ahora la carne protege a la carne. Ella no tiene el guante… se lo quitó hace mucho antes con la misma idea que Masaho.
Ella, divina, acostada a su lado. El cabello revuelto, dorado y rojo, está esparcido como su fuese la flor más hermosa de todo el reino. Su piel quemada por el sol y las infinitas horas de trabajo junto al horno, piel suave y sedosa, inmaculada. La ropa sensual y ligera que en más de una ocasión sedujeron a su amado. Y al final, las botas que siempre le causaron gracia a él.
Por un lado, encima de las cabezas de ambos, la estrella de la mañana y la espada maldita, cruzadas, como si fuesen un adorno en la pared. Lucharon hasta morir el uno por el otro.
Y Angellore le aprieta la mano, sonriendo por última vez. Pero Masaho no lo sintió.
Fin