VII
Cuando ya oscureció me llevó de su mano hasta el edificio de Rhya. Le agradecí por el día. No tenía hambre, así que subí presurosa, y me metí en la tina de baño para descansar un poco. Luego de vestirme, salí al balcón para apreciar el firmamento y regresé a dormir. Al día siguiente comenzarían las clases en el monasterio así que quería estar relajada.
A las siete de la mañana me despertó el sonido del tocador, que andaba de puerta en puerta, en este caso era doña Rhya quien alertaba a visitantes y a quienes no lo eran. Arreglé la cama y tomé una ducha. Cuando salí me vestí con el conservador uniforme del monasterio y bajé casi corriendo a desayunar. Como esperaba, el desayuno estaba delicioso y nada pesado, antes de irme al monasterio, la amable señora me entregó un bolso de tela en el cual había colocado mi almuerzo y un jugo natural. La besé en la mejilla y salí presurosa del lugar.
Antes de empezar a caminar, me ubiqué y luego tracé una ruta en mi mente para no perderme y poder llegar a tiempo a la primera clase en el monasterio. La clase comenzaba a las ocho y como llegué unos minutos antes, quise recorrer algunas galerías de arte. Tenían pinturas muy hermosas tanto religiosas como históricas, también vi esculturas. Caminé un poco más hasta que por accidente me topé de frente con uno de los guardias de la zona conocida como el área restringida.
-Jovencita, las clases están a punto de iniciar, debería ir a su salón.
Lo miré algo avergonzada y regresé al pabellón principal. Después de esperar un poco, a los de primer ingreso nos hicieron pasar al auditorio principal. Éramos como 150 personas en aquel auditorio, la mayoría eran acolite pero unos cuantos eran caballeros de espadas que luego se convertirían en cruzados. Tal vez suene extraño pero ellos también reciben una formación teológica fuerte, pues a fin de cuentas, son los protagonistas de luchar por la iglesia.
La ceremonia de ingreso dio inicio pasados 5 minutos de la hora de ingreso, se presentaron los decanos, los profesores y todo el personal importante del monasterio. Posteriormente leyeron las listas de cada salón e indicaron quién sería el tutor de cada grupo. Fue un evento ameno que concluyó con una recepción bastante elegante. En ese tiempo, cada tutor reunió a su grupo y dio algunas instrucciones claras de las clases venideras.
Una vez iniciada la clase, saqué mi cuaderno de historia y comencé a tomar nota de lo que el profesor decía. A pesar de ser historia de la religión católica en general, nos enseñan un poco de historia de las cruzadas y de otros eventos similares vividos en el pasado. Así transcurrió la mañana, entre fechas y nombres de protagonistas. A la hora del almuerzo, me dirigí al patio interno del monasterio y allí almorcé con otras acolite que aspiraban por el noviciado y el sacerdocio.
La clase de la tarde es una de las más importantes pues en ella se aprende sobre las habilidades básicas de los acolite. Entre las tantas aburridas palabras pronunciadas por la vieja profesora, presté especial atención a una en particular: ataque. La escuché referirse a varias habilidades muy importantes para el priest en batalla: Holy light y Redemptio. Sin embargo, después de esas palabras fui quedándome dormida en mi asiento, el tono de su voz se convertía en enzima para las sustancias alcalinas que recorrían mi torrente sanguíneo.
De mi letargo me hizo salir el sonido chillante de la campana del monasterio. Ya eran las tres de la tarde. Salí del salón y me fui a estudiar por alrededor de una hora, a la biblioteca. En realidad no estudié mucho pero sí adelanté una parte de los trabajos que ya nos habían asignado. Pasadas las cuatro de la tarde, salí con rumbo a la posada que ahora era mi casa. Me distraje un poco en las galerías de la salida del monasterio pero luego regresé a mi ruta. Cuando salía noté que los jóvenes cruzados habían tomado como suya, la entrada y salida principal del monasterio. Eran jóvenes bien parecidos, su fuerza física y mental se notaba a flor de piel y eran personas amables, rasgo relevante en los suyos. Con ellos distinguí algunos caballeros de espadas, eran mucho más jóvenes y sus rostros aún no habían sido manchados por el dolor de la guerra.
Sin sentido alguno me detuve a observar su aspecto. Su uniforme era bastante interesante, unas partes de tela y otras de metal, esto con el objetivo de que se fueran acostumbrando a usar las pesadas armaduras que usarían el resto de sus vidas.
-¡Sora!, escuché que me gritaron a lo lejos.
Me volteé un poco nerviosa y reconocí a Noah entre sus compañeros, le hice un gesto con la mano, le sonreí y me fui a casa.
Desde el día anterior había estado pensando en lo hermosos que son sus ojos y en general, lo delicados que son los detalles de su semblante. Algo me ocurría pero aún desconocía lo que era, me preocupé un poco, pero dejé de lado su imagen y me dispuse a leer un poco de lo que sería la clase del día siguiente. Me aburrí rápido por lo que saqué mi cuaderno de dibujos y comencé a trazar líneas al azar pero en un orden consecuente, luego le puse color. Lo colgué en una de las paredes de mi habitación para con el tiempo, irla impregnando de mí. Guardé el cuaderno de hojas blancas en mi cajón y bajé a la cocina para ayudarle a Rhya, quien se encontraba un poco atareada. Después de eso salí a tomar aire puro cerca de la fuente de la ciudad. Regresé cuando el ocaso culminaba