Empiezo a dibujar en el suelo el círculo mágico. Las yemas de mis dedos rozan la arena de forma continuada a medida que voy esbozando las líneas del conjuro. Círculo, raya, círculo, símbolo, símbolo. Mi mano se mueve automáticamente, lo tengo tan asimilado ya que no hace falta que haga uso de la memoria para recordarlo. Cuando termino de dibujarlo, pongo la mano encima y pronuncio mentalmente el conjuro para activarlo. Segundos después un aura oscura comienza a emerger de él, reptando por mi mano y enredándose en mi brazo. Noto cómo se introduce dentro de la carne y el dolor va desapareciendo progresivamente. Compruebo si realmente es así: muevo mi brazo, estirándolo una y otra vez. Perfecto. Ni gota de dolor. Tardo un rato en secarme y curarme la herida de la frente que, a simple vista parecía profunda por la cantidad de sangre, pero me doy cuenta de que el corte era bastante superficial. Acto seguido, me levanto y sacudo el polvo y la arena de mis ropas.
Rachel está cerca, desde aquí puedo divisar sus murallas, aunque percibo un extraño movimiento a su alrededor. Paseo mi mirada por los alrededores. A unos cuantos metros más allá hay un grupo de personas, entre ellos el peliazul, su pelo y su sombrero son demasiado visibles a larga distancia. Supongo que junto a él estarán el resto de las amebas. Me percato de que, metros más alejados, tres "cuerpos" echan a andar hacia Rachel. Saco unos pequeños prismáticos de la bolsa. Reconocí a dos de las caras de aquel trío: el cura esquizo y el masoca que se cortaba. El otro no sabía quién cojones era. Ni me importaba.
Enfoco los prismáticos hacia la ciudad. Estaba en lo cierto. Algo pasaba en Rachel. Cientos de soldados amurallaban con sus cuerpos las afueras, no se movían y, por la pinta, no creía que fueran a dejar entrar a nadie. Esas alabardas me lo confirmaban.
-Mierda-el insulto sale de mis labios casi sin darme cuenta.
Tenía dos opciones: recopilar información sobre qué pasaba en la maldita ciudad o adentrarme en ella sin saber qué ocurre ni qué me puedo encontrar dentro. Me decido por lo primero. La cabeza me dolía demasiado cómo para jugar a las adivinanzas. No tenía ganas de quebrármela, no otra vez.
No me apetece demasiado socializar, pero debía obtener información, así que dirijo mis pasos hacia el grupo más cerca, el del peliazul. Al llegar me doy cuenta de que estaba acompañado por unas cuantas amebas desconocidas: un tío con pinta de moverse más que el culo de un mono, una tía con pelo ondulado, "algo" con capa negra, y un etc de caras comunes. Yuhu, más problemas con patas.
-Eh, vosotros. Necesito información- mi voz fría y algo seca creo que les pilló de imprevisto-. Quiero saber qué pasa en Rachel, alguno de vosotros debe saber algo- les señalo con mi dedo a cada uno.
Justo cuándo termino de hablar, un olor se cuela por mi nariz. Lo reconocí al instante: apestaba a demonio. Mejor dicho: apestaba a súcubo. Moví mi cabeza hasta la fuente. Aquella capa negra no podría disimular por mucho tiempo su naturaleza, tenía suerte de que estas simples amebas no pudieran distinguir el olor. Aparte, ¿a quién se le ocurre taparse con una capa negra cuando quiere pasar desapercibido? Era como llevar un puñetero cartel diciendo "¡Eh, mírame!". Miré fijamente hacia ella, una media sonrisa cínica afloró en mis labios y volví a girar la cabeza hacia el grupo, esperando respuesta a mi pregunta. Al fin y al cabo, si quería ocultarse era su problema, no era yo quién para descubrirla, pero, interiormente, me hacia cierta gracia.
Chicos, yo ando de exámenes, así que mi mente anda centrada más en eso que en ponerme a imaginar, por eso no escribo demasiado. Ah, y sí, mi personaje percibe/huele demonios, ya leeréis por qué.