Es por una las aldeas de color ocre, de esas que están por todo Arunafeltz que, a paso firme como emocionado, con una sonrisa de oreja a oreja, avanzo llevando mi arma blanca recargada sobre mis brazos, mostrando esta distintas manchas de sangre seca por todo lo largo de su hoja, unas manchas que también están presentes en mi ropa algo desgastada. - Si que han dado guerra esos idiotas - me digo a mi mismo, más lo anterior es de poca importancia al hacer, mentalmente, la cuenta de los beneficios monetarios que sacaré de sus restos cuando llegue a la capital.
Sin embargo, todo lo anterior parece escapar rápidamente de mi mente cuando, luego de acercarme más al corazón del lugar, extrañado por no ver ni un alma, comienzo a percatarme de la densa situación, pues la atmósfera es oscura, desoladora, como si algo terrible estuviera a punto de caer como un infierno sobre ese punto de la tierra, pues, aunque en las cercanías ya se podía presentir algo de oscuridad, era algo que hasta ese momento no dí demasiada importancia.
- Parece que esto se va a poner complicado… ¡genial! -, exclamo de pronto, al tanto que un brillo poco común aparece en mis ojos, pero no, no es porque sea un valiente y temerario guerrero (jamás lo seré), tampoco es porque ame ver morir o luchar a la gente (bueno, quizás un poco de esto último si), si no que, simplemente, mi corazón de mercader - forjador, amante del dinero en todas sus formas, palpita de emoción al pensar en toda la gente que necesitará provisiones, en todos aquellos que necesitarán que repare sus armas, ¡EN TODO EL DINERO QUE PUEDE DEJAR UNA SITUACIÓN ASÍ PARA ALGUIEN COMO YO!, por esto es que aumento la velocidad de mi paso y comienzo a buscar un lugar, en toda esa ahora desolada población, donde haya signos de vida…