Capítulo I, La víspera de mi cuarenta cumpleaños
Acomodado en mi despacho, con los pies subidos al escritorio, la luz taciturna y parpadeante del prostíbulo de al lado se filtraba por las lamas de la persiana y arrojaba sombras por toda la estancia; de fondo, el suave crepitar de un radio-despertador con forma de Bugs Bunny que no sé poner en standby. Me dispuse a limpiar mi Glock G-17 de 9 mm cuando, en mitad de un amplio bostezo, llamaron a la puerta. Del susto disparé por debajo del hombro a mi papelera de My Little Pony y se me contrajo un tendón de la mandíbula, impidiéndome cerrar la boca.
--¡Agh! ¡Bod el abod de Diod, bace de uda dez!
Mientras la puerta se abría me golpeé varias veces el tendón con la culata del arma para ver si conseguía que volviera a relajarse. Un par de disparos perforaron el peluche de Bob Esponja que vigilaba desde la estantería. Una voz femenina, gutural, como de arrastrar bidones vacíos, preguntó con cautela:
--¿Detective Alteréguez?
--Ci, bace, bace. Do ce guede ed da buedta.
--Es que he oído disparos y...
--¡Doz butoz diñoz de da gaie! Do ce bdeogube.
Una mujer atravesó la puerta. ¡Y qué mujer! Era altísima e iba enfundada en un traje negro de látex que terminaba en dos torneadas piernas, cubiertas por unas medias negras opacas y acabadas en zapatos de tacón rojos. Se acercó y, de un apretón de manos, me fracturó dos dedos.
--¿Le ocurre algo?
--¿Eh? Ah, do, do. Un dendón de da dandíbuda, ¡Ah, ah, ah! ¿No de ha bazado dunga? -contesté, recogiendo con una servilleta de Dora La Exploradora toda la saliva que me corría por la barbilla y bañaba el escritorio. El pocoyó-sacapuntas comenzaba a flotar en un charquito.
--No.
--Dueno. Argh. Uhm -volví a recuperar mi mandíbula y solté un salivazo donde estaba la papelera de My Little Pony, que acabó salpicando una pata del escritorio-. Bueno, dígame: ¿qué necesita?
--Ehm, verá... todo esto quedará entre nosotros, ¿verdad?
--Por favor, me insulta. Trato los asuntos de mis clientes con absoluta confidencialidad. En este momento, a menos que alguien la siguiera, claro, nadie puede saber que está aquí. Me guardo mucho de los informantes de mis competidores.
--¿Y qué hace toda esa gente mirando por la ventana?
--¿Qué g...?-despasé la persiana y aparecieron, pegando la cara contra el vidrio, cerca de veinte ancianos- ¡Largo de aquí, maldita sea! -agarré el peluche de Marsupilami que descansaba cerca de la ventana y la emprendí a latigazos para espantarlos. Uno de ellos cayó al suelo- No se preocupe, habrán creído que provenían de aquí los disparos, lo cual es imposible, porque el local está completamente insonorizado.
--M-mentira... -dijo una voz desde fuera. Volví a abrir la ventana y pegué más latigazos.
--Y bien, ¿qué quería?
--Verá, necesito encontrar a un hombre -dijo, mientras se sentaba. De sus largas piernas salían en perpendicular recios pelos que amenazaban con arañar el tapizado de la silla-. Es un hombre muy mayor, de estatura normal, pelado y con una gran barba gris. Suele llevar toga, sandalias y calcetines blancos. Se hace llamar Liun Ji Tabao.
La sorpresa me impactó tanto que tuve que dejar de mirar un segundo el suave vaivén de la nuez de mi cliente. Me aclaré la garganta y, para disimular mis nervios, saqué mi paquete de Lucky Strike de la gabardina y un chicle de frambuesa del bolsillo del pantalón. Mastiqué el cigarrillo e intenté prender el chicle.
--¿Liun Ji Tabao? ¿Está segura?
--Tengo esto, que quizá le sirva en su investigación -descolgó el bolso de su potente espalda y me tendió una pequeña nota. La leí. Parecía imposible, pero era de él, del mismísimo Tabao.
No estoy borracho,
Lo que pasa es que estás
Desenfocado.
Una voz, desde fuera, dijo:
--Pero, ¿cómo? Si Liun Ji Tab... -abrí la ventana y sacudí más latigazos.
Continuará... o no.