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Autor Tema: La Forja de una Tunica Verde  (Leído 3950 veces)

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La Forja de una Tunica Verde
« en: 23 de Septiembre de 2010, 19:47:40 pm »
Saludos a todos/as

Hace tiempo que tengo en mente escribir un relato sobre mi propio personaje y el desarrollo del mismo en el juego. Había empezado uno, el cual alcanzó seis capítulos, pero decidí ahora iniciar uno nuevo enfocándolo desde otro punto de vista, ya que el anterior no lograba sacar el siguiente capitulo.

Antes que nada les advierto: Escribo si tengo inspiración, sino ni lo hago. Así que puede ser muy infrecuente, puede salir dos o tres capítulos en un día como uno después de dos semanas.


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Capítulo I
El Despertar


El mago abrió los ojos y se incorporó precipitadamente, asustado. Miró a su alrededor, tomando conciencia de que las tinieblas en las que se encontraba se trataba tan solo de la oscuridad normal de su hogar. “Fue un sueño, nada más que un sueño” se dijo, tratando de asimilar que la pesadilla era realmente eso y no había ocurrido en realidad. Pero había sido tan real…
Se había sentido como un espectador invisible, inerme e inútil ante los oscuros sucesos en el Lago de Arvanna, donde la noche había cobrado forma para acabar con la región, el joven arquero y con el espíritu guardián del fuego. ¿Había sido tan solo un sueño, o había ocurrido realmente?

Un pensamiento asaltó su mente, compuesto por el recuerdo de las palabras de su maestro en Ulren Asir, el cual le había dicho en aquellos jóvenes momentos que los sueños de alguien vinculado a las energías del mundo, es decir un hechicero, a menudo entrañaban premoniciones o visiones tanto del presente como del pasado.

Inquieto, se incorporó y se mojó el rostro con agua que invocó mediante un vocablo arcano. Mantuvo los ojos cerrados detrás de sus palmas mientras descansaba y entonces lo oyó. Un ruido, como un entrechocar de una espada contra una armadura. No sería extraño en un pueblo como Korsum, pero era inquietante a esas horas de la noche.
Un grito se elevó por encima del murmullo del viento y Tuor, el mago, alzó rápidamente la cabeza. Sonaba como el grito agónico de alguien moribundo. Alarmado, tomó el báculo que reposaba sobre la cama y salió de su hogar corriendo en dirección al centro del pueblo. Allí se estaba reuniendo la gente, muchos de ellos semidormidos pero todos alarmados y hablando al unísono, preguntando qué ocurría y qué había sido ese grito.

Tuor fue directo hacia Naim, la joven hechicera que lo instruía en el arte de la conjuración. Ella se encontraba al lado de la fuente, pero miraba hacia el sur con una expresión de ausencia en los ojos.
- ¡Naim! ¿Qué ocurre? – preguntó precipitadamente.

Ella se volvió hacia él sin muestras de reconocerlo, luego parpadeó y sus ojos azules se aclararon.
- Ah, Tuor, eres tú. Lo siento, estaba utilizando un sortilegio para ver a la distancia. Parece que hay aquantis escalando la colina en dirección al poblado, traen sus tridentes en actitud belicosa, pero no pude ver más…

Los pobladores que se encontraban cerca de ellos dos intercambiaron miradas inquietas. Pronto se corrió la voz y un guardia que se había adelantado a caballo volvió a todo galope gritando que una enorme cantidad de aquantis se dirigían hacia Korsum.
Los guardias dieron la alarma, y rápidamente los armeros enfilaron a sus herrerías para volver cargados con armas. Los hombres en condiciones de pelear tomaron los instrumentos de guerra mientras las mujeres, ancianos y niños se refugiaban en la zona posterior del poblado, cerca del pilar de resurrección.

Desconcertado ante el insólito movimiento y la rapidez de la gente, Tuor se quedó donde estaba, mientras a Naim y a él se le unían los otros hechiceros del pueblo. Los ruidos de los tridentes y las pisadas de los aquantis se extendieron rápidamente por el poblado. Los guardias, guerreros y caballeros se apiñaron en la entrada sur, mientras que los arqueros subieron a los tejados de las casas.

Los hechiceros se mantuvieron en los alrededores de la fuente, y Tuor lanzó algunos sortilegios de protección y restauración a su alrededor en conjunción con Naim. Finalmente, la horda aquantis llegó al sur del poblado y comenzó a correr a mayor velocidad. Un ulular terrorífico se elevó cuando el aquantis que se encontraba en primera línea de la avanzadilla cayó herido de muerte con una flecha en la garganta lanzada por un hábil tirador.
El resto del grupo agresor se detuvo un instante, para luego volver sus furiosos ojos hacia el pueblo. Envalentonados por la muerte de uno de los suyos, aceleraron la embestida y atacaron como el mar que rompe sobre las rocas ante los firmes caballeros que plantaban guardia. Los syrtenses opusieron brava resistencia, pero las filas de aquantis eran demasiados y tenían el factor sorpresa a su favor.

¿Por qué hacían eso? Era una pregunta que asaltaba la mente de Tuor y que no tenía respuesta lógica. Los aquantis no habían organizado un ataque sobre el poblado desde hacía más de veinte años. Fuera como fuere, los invasores pasaron la defensa de guerreros e ingresaron al interior de Korsum.
En un visto y no visto se dividieron en varios grupos para atacar diversas zonas al mismo tiempo. Aquello estaba organizado, esos seres no habían demostrado semejante inteligencia jamás.

Tuor vio venir a un aquantis a la posición en la que los magos se encontraban, pero fue derribado por una sola palabra de Naim. Súbitamente oyó un grito a su espalda y vio a Moz, el pregonero, caer con un tridente incrustado en el pecho.

Aterrado, se acercó para intentar curarlo o revertir el daño cuando algo lo golpeó con fuerza en la cabeza. Perdió el equilibrio y se derrumbó en las tinieblas. Su último pensamiento fue que, como hechicero, había fracasado nuevamente.





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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #1 en: 23 de Septiembre de 2010, 20:56:04 pm »
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Capítulo II
El Cazador


El insistente gorjeo de un ave obligó al alturian a abrir los ojos. Algo atontado, trató de incorporarse pero fue incapaz al sentir un lacerante dolor en la pierna izquierda. Sentía pesada la cabeza y su vista estaba borrosa, pero supo inclinarla de tal modo en que podía observar su cuerpo.
Su túnica de arvanna estaba rasgada en diversos sitios, especialmente a la altura de su pierna izquierda, en la cual había una profunda herida provocada por un tridente. Dejando de lado eso sólo la cabeza le dolía, por lo que se palpó y descubrió una hinchazón del lado derecho. Comenzó a preguntarse cómo se había producido semejantes daños cuando los recuerdos afluyeron a su mente en conjunción.

Korsum. Los aquantis.
Tuor trató de levantarse pero el dolor lo asaltó rápidamente, manteniéndolo tumbado. Miró a su alrededor y se encontró con árboles altos y el sonido de aves y bestias en las cercanías. Cerca suyo pudo ver un pilar de resurrección… pero no se trataba del pilar de Korsum. Aquello no era Korsum.
Pero entonces, ¿dónde estaba?

Desde el suelo invocó un sortilegio de curación sobre sí mismo, lo que le permitió sentarse habiéndose despejado el dolor de cabeza. La pierna continuaba con la herida, y el dolor cesaría dentro de poco mientras el corte cicatrizaba y se regeneraba al ritmo de la magia. Estando así sentado, oyó pasos a su espalda y se sorprendió al ver a un arquero alturian caminando en su dirección. Tomó el báculo y lo apunto en modo defensivo, pero el individuo hizo un gesto para que se calmara.

- Hola amigo, quédate tranquilo. Soy un cazador, mi nombre es Vaios.
- Soy Tuor – respondió con desconfianza - ¿Dónde estamos? ¿Cómo llegue aquí?
El arquero se detuvo a unos metros del mago y lo miró fijamente.

- Te traje de las ruinas de Korsum. Fuiste el único al que encontré con vida. – dijo tristemente.
- Entonces… ¿No quedó nadie… vivo? – preguntó el conjurador con un nudo en la garganta.
- No lo sé, fui al pueblo porque vi un fulgor rojo en el cielo a lo lejos, como un fuego. Pero cuando llegué vi que era muy tarde. Las casas estaban destruidas y los aquantis habían tomado posesión de todo. Había cadáveres por todos lados y… - el hombre llamado Vaios agitó la cabeza en un gesto negativo. – Quizás alguien pudo huir hacia las colinas, espero que así haya sido…

Ambos guardaron silencio. Tuor recordaba su estancia en Korsum, al cual había llegado un par de años atrás con la intención de aprender y progresar en el arte de la conjuración. Había sido un magnífico lugar, donde había atesorado hermosos recuerdos. Unos recuerdos que ahora se ensombrecían por la destrucción y el fracaso que él mismo sentía.
Había fallado en su misión de proteger al pueblo, de salvar a la gente que apreciaba, de curar a Moz y de mantener las defensas junto a Naim… había fallado al igual que en Ilreah, tanto tiempo atrás...

La herida finalmente se había restaurado, por lo que Tuor pudo incorporarse.
- Te agradezco haberme salvado la vida, aunque ahora no sé donde ir…
- Estás en el Bosque Myil joven hechicero. Al este de aquí, siguiendo el camino, se encuentra la gloriosa ciudad de Raeraia. Quizás allí puedas encontrar tu camino. Si necesitas ayuda puedes contactarte conmigo o con mi clan.

Aquella no era la primera vez que lo invitaban a formar parte de un clan, ya había sucedido en otras ocasiones, pero siempre había sentido que aquellos que lo invitaban tan solo se dedicaban a reclutar individuos para engrosar las filas de sus coaliciones, sin importarles de quién se trataban.
Esa actitud siempre había molestado a Tuor, pero en esta ocasión sintió algo diferente. Vaios le ofrecía no solo un lugar donde forjar su carácter y aumentar su destreza como individuo, él le ofrecía su amistad.

En ese momento el conjurador aceptó la invitación que el cazador le hizo, y no se arrepintió jamás. Sonriendo, Vaios estrechó su mano y dijo:
- Bienvenido Tuor, bienvenido a Centinelas Nocturnos.




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #2 en: 24 de Septiembre de 2010, 13:05:57 pm »
Oh, así que es el pasado de Tuor. Me gusta o.ó

Está muy bien, como siempre xD

Spoiler for Hidden:


Por ejemplo si Bianco aparece con sus super firmas animadas, ya sabremos que podría ser un posible finalista o ganador.

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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #3 en: 24 de Septiembre de 2010, 13:26:02 pm »
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Capítulo III
Camaradería


La jarra de cerveza golpeó con fuerza la mesa acompañada del sonido de las risas estruendosas de los compañeros. Había seis sujetos reunidos allí, siendo Tuor el más joven de todos. Se encontraba en un lugar conocido como el Emporio, dentro de la ciudad de Raeraia. El conjurador alturian había seguido el consejo de Vaios y había llegado allí al atardecer.
El propio cazador le había sugerido que si se encontraba con ánimos fuera al Emporio donde quizás encontraría a miembros del clan y seguramente podrían hacerlo sentir un poco mejor con sus chistes y sus charlas irónicas.

Tuor en un principio había aceptado el consejo, para luego decirse a sí mismo que la tragedia de Korsum había sido muy reciente y que sería un desconsiderado, como mínimo, si se entregara al alcohol en un momento así. No obstante el tono amable de Vaios y las risas que se oían desde la plaza central de la ciudad terminaron por convencerlo de ascender la escalera que conducía al Emporio.

Aquella ciudad era un sitio mágico. Construida en las cercanías de la Frontera Norte, estaba fortificada con un muro bajo de piedra que la rodeaba en toda su circunferencia. Gran cantidad de guardias vigilaban las tres entradas de la ciudad, mientras que un enorme edificio le daba la espalda al Bosque de Arvanna y a la cuarta entrada, al sur.

Raeraia bullía de actividad en todo momento, desde jóvenes e inexperimentados hombres como el propio Tuor hasta hábiles y veteranos héroes de muchas batallas, todos se daban cita en Raeraia, fuera para el comercio, para intercambiar estrategias, noticias, etc. Atareados mercaderes recorrían las calles, mientras las mascotas de los cazadores eran vigiladas con ojo fino por los guardias.

El Emporio estaba emplazado a la izquierda de la plaza central, y tenía gran renombre a causa de la cerveza alsiria traída de contrabando, las mujeres que allí danzaban, y por ser un sitio donde muchos héroes solían reunirse para alejarse un poco de los terribles problemas de la guerra. Esa noche la taberna estaba repleta y dividida en varios grupos; y si bien cinco individuos no conformaban el grupo más numeroso, sí eran los que más porte presentaban ante el resto. Tuor observó cómo algunos ciudadanos los miraban de reojo con una mezcla de reverencia, admiración y timidez en sus ojos.

Centinelas Nocturnos era el más afamado clan de la historia de Syrtis, si bien no era el más antiguo de todos ni el que poseía más miembros, su modo de desenvolverse en combate y la coordinación que poseían sus miembros era tal que hacía tiempo que retenían la corona de la orden más heroica.
Tuor se acercó a ellos con timidez, preguntándose cómo debía presentarse. Se encontraban bebiendo cerveza y riéndose quién sabe de qué, cuando uno de ellos alzó la cabeza y vio al joven conjurador de pie y observándolos.

- ¡Eh, vos! Veni che, acercate. – dijo el individuo, que llevaba unas albas túnicas que lo revelaban como conjurador. - ¿Vos sos el chico al que Vaios salvó en Korsum, no?
Algo desconcertado y abochornado, Tuor tomó asiento en la silla que le ofrecían mientras se preguntaba cómo había sido capaz de enterarse de aquello si había ocurrido el día anterior y Vaios se había dirigido hacia Fisgael luego de despedirse.

- Ehm…, sí, soy Tuor, mucho gusto.
- Mucho gusto, yo soy Bellorum y estos cuatro bravos guerreros que ves acá son Ramses Emperor, Linglot, Darith y Luca – Cada vez que uno de ellos era nombrado, saludaba al joven conjurador alzando la cerveza o asintiendo con la cabeza.

Darith y Linglot eran caballeros de gran renombre, ya en el lejano Pueblo de Ilreah había oído Tuor hablar de esos bravos hombres. Tanto Ramsés como Luca eran bárbaros, siendo éste último un poco más joven que los demás. Exhibía, asimismo una brillante cabellera de pelo rojo. Bellorum era un conjurador que si bien aún no había alcanzado el límite de su maestría, se encontraba en las cercanías del estado pleno en el cual un hechicero puede estar.

Tuor se sintió muy cómodo entre ellos y al poco tiempo, con unas cervezas en su haber, se encontraba riendo junto a los demás, olvidadas sus preocupaciones del día anterior. No entendía del todo muchos chistes, debido a que trataban sobre la guerra o sobre personas que no conocía. Pero poco a poco fue comprendiendo e interiorizándose más en el grupo.
- Y Valorius, viste que sólo habla en Syrtense Antiguo, dice “MATERIAL WALL PLEASE, I TOLD YOU MATERIAL WALL! - comentó Bellorum, sonriendo - Al rato lo veo venir desde el save y me grita “THEY KILL ME BECAUSE YOU DON’T GIVE ME MATERIAL WALL, YOU SUCK!”

Todos se rieron y pidieron otra ronda de cervezas. Tuor giró la cabeza para dar un vistazo al lugar. Había por lo menos otras diez personas allí, la mayoría en una esquina tal cual como ellos y otros sentados tranquilamente en la barra. El espectáculo de las bailarinas no tendría lugar esa noche, le habían dicho a Bellorum, a causa de que una de ellas se había fracturado la pierna en un ensayo.

Volviéndose hacia sus compañeros, el joven alturian se dio cuenta de que se estaba perdiendo la mitad de la conversación.
- …entonces punicher va corriendo como una embestida hacia el mercader, y yo le grito “¿A dónde vas puni?” y él me responde “¡A vender wee!”, y yo me entro a reír mientras le contesto “¡Puni! ¡Estas yendo al mercader alsirio, ellos no te compran, PT!” – concluyó Ramsés. Una carcajada estruendosa recorrió al grupo mientras Linglot golpeaba la mesa con su puño, tomándose el estómago e incapaz de contener la risa.

Al rato, y dirigiendo una mirada de reojo hacia una esquina del lugar, Luca se acomodó inquieto en su asiento. Allí se encontraban algunos guerreros de la Orden de los Caballeros de Syrtis, festejando algún evento o quizás tan ebrios como ellos. Cansado de sus gritos, exclamó:
- Estos cabas quilomberos, ¡la puta madre!
- El otro día dijiste exactamente lo mismo – comentó Darith.
- No te quejes Luca, reíte un poco vos también – dijo Ramsés, y al instante le vació el contenido entero de su jarra en la cabeza. Todos rieron ruidosamente y continuaron charlando.

Pasaron las horas y finalmente decidieron irse. Tuor quiso pagar su parte pero Linglot le comentó que aquella vez invitaban ellos. Después de todo en aquella época el dinero aún no era un problema y las arcas del clan se encontraban llenas de fulgurantes monedas doradas. Al salir de la posada los seis centinelas caminaron hacia la puerta norte.

- Bueno Tuor, cualquier cosa que necesites decinos – le dijo amablemente Luca.
- ¿Para dónde van ustedes? – preguntó.
- Hacia la zona de guerra, pasando la muralla. Es muy peligroso todavía para vos, pero cuando te sientas preparado y confíes en tus facultades mágicas, buscanos en Fuerte Herbred. – le explicó Ramsés.

Fuerte Herbred. Tuor decidió recordar ese nombre. Lentamente se despidió de todos y comenzó a caminar de vuelta al interior de la ciudad, con la intención de buscar una posada donde pasar el resto de la noche y, seguramente, parte del próximo día en reposo.

No obstante antes de que hubiera dado unos pasos Bellorum lo llamó de un grito.
- Ah, me olvidaba, si necesitas hablar con nosotros, podes hacerlo a través de esto – le dijo, entregándole una especie de medallón de un material brillante que reconoció, con gran sorpresa, como platino. El medallón tenía el tamaño de su puño y grabado por un hábil artesano había tres armas entrelazadas: un báculo, una espada y un escudo.

Esto es la Insignia Centinela, un talismán imbuido por poderes mágicos muy antiguos. A través de él podes hablar en comunión con cualquier centinela, sin importar la distancia a la que se encuentre. Todos tenemos uno.
- Muchas gracias Bellorum. – Fue lo único que pudo decir. Se despidieron nuevamente y Tuor, con una sonrisa en el rostro, confirmó lo que había presentido en el Bosque Myil. Ahora no sólo tenía un clan, ahora también tenía amigos.
« Última modificación: 24 de Septiembre de 2010, 14:35:42 pm por King Of Assasin »




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #4 en: 24 de Septiembre de 2010, 14:20:23 pm »
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Capítulo III
Camaradería
...con la intensión de buscar una posada...

Se te ha colado esa falta. Lo demás muy bien. Muy bueno eso del acento argentino XD

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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #5 en: 24 de Septiembre de 2010, 16:29:37 pm »
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Capítulo IV
Resolución



Desde aquella fría noche el conjurador se dedicó a pleno a sí mismo, a desarrollar sus habilidades, a crecer tanto como hombre como hechicero. Las estaciones vinieron y se fueron, pero encontraron a Tuor todo el tiempo entrenando. Fuera en las inhóspitas regiones de la Playa Este como en la concurrente Bahía de Rasius, el mago siempre estaba allí.

La noticia de la destrucción de Korsum se propagó rápidamente por la república. Un ejército de syrtenses partió desde Raeraia cuatro días después de lo ocurrido para acabar con la amenaza aquantis. Su ataque fue fructífero, e incluso encontraron algunos supervivientes.
No obstante el joven conjurador no quiso retornar allí ni saber nada más sobre el asunto. Le complacía haberse enterado de que algunos se habían salvado, pero aún se culpaba a sí mismo por haber fracasado en la defensa del pueblo.

Sin descanso entrenó durante meses, aprovechando la luminosidad diurna para combatir con sus invocaciones a los rivales y acampando en las noches en solitario, distrayéndose con las simpáticas charlas del clan mediante el extraño medallón. Al alba reanudaba su tarea, lloviera o centelleara el sol.

Una cálida tarde de otoño se sintió realizado. Había aprendido nuevas habilidades en el distante pueblo de Dohsim, estudiando constantemente de los libros arcanos que su entrenador le proveía. Los había puesto en práctica contra poderosas arañas y fieras octoporas. Finalmente, dos días después de haberlo decidido, se encontraba de pie frente a la imponente muralla de Syrtis.

La Zona de Guerra se encontraba más allá, repleta de peligros y desafíos. Había avisado mediante la Insignia que se encontraba dispuesto a traspasar la gran puerta, y sus compañeros le habían infundido ánimos. Pero, ¿estaba él en condiciones de afrontar aquella prueba?

* * *


Había nacido bajo los auspicios del dios Niclam, lo cual según los ancianos elfos significaba que muy posiblemente desarrollaría algún don arcano. Desde pequeño no había demostrado mucho interés en la lucha física o en la habilidad de un arquero, siendo las artes arcanas lo único en que se destacaba.

Se inclinó por el sutil arte de la conjuración, algo natural en muchos elfos puesto que esa disciplina de la magia propiciaba los conceptos de fe y vida que la sociedad siempre promulgaba. Su temperamento, no obstante, no era totalmente acorde al clásico mago blanco.

Mucho más enérgico que sus compañeros, Tuor siempre era el primero en adelantarse a curar, el primero en resistir los ataques de los enemigos, el primero en lanzarse a restaurar las energías de un caído. Su madre ocasionalmente comentaba que debía haber nacido caballero, pero el joven nunca estuvo muy de acuerdo con el concepto de usar un arma física.

Una tarde, su joven medio hermano se reunió con él en los alrededores de Ilreah. Tuor era hijo de ambos padres alturian, pero al poco tiempo de nacer él su padre desapareció misteriosamente. Su madre se hundió en una honda depresión durante mucho tiempo, hasta que tres años después volvió a unirse con otro hombre, un elfo llamado Elnher. Dos años después tuvieron un hijo, un joven semielfo al que denominaron Sithel.

La relación del pequeño con su hermano mayor fue buena, y a medida que ambos crecían solían pasar algunas tardes alejados del Pueblo de Ilreah, visitando el Monte Drah-nah.
Sithel siguió el sendero de la destreza, escogiendo ser un arquero tirador. Por lo tanto, mientras él acababa con los peligros del monte, Tuor lo curaba y le daba fuerzas. De esa manera una tarde se abrieron paso mucho más lejos de lo que nunca habían llegado y se internaron en la Playa Oculta.

Una fiera octoporas les salió al paso y atacó al arquero antes que el mago pudiera siquiera reaccionar. El golpe fue dado, la herida profunda. Sithel se derrumbó. Tuor lo miró sin poder creer lo que había pasado, sin atinar a moverse. La octoporas se acercó al arquero herido, clamando por su premio. El tirador gritó pidiendo auxilio a su hermano, pero éste permaneció inmóvil.

Entonces un individuo hizo aparición. Vestía unas ropas similares a las de Tuor que lo identificaban como hechicero, pero sus movimientos no correspondían a los de un conjurador. Tampoco su hechizo. Una bola de fuego emanó de sus manos para impactar de lleno en la octoporas. El mago se acercó a Sithel, lo tomó del brazo y lo arrastró lejos de allí, mientras la criatura estaba fuera de combate.

Tuor salió de su trance finalmente y siguió los pasos del hechicero que los había salvado a ambos. Se detuvieron unos metros más allá, bajo la protección de unos arbustos. Sithel no se movía. El conjurador dirigió una rápida mirada al brujo, pero éste tenía la mirada prendida en la herida del arquero. Canalizando la energía del mundo, Tuor lanzó un sortilegio de curación rogando que tuviera efecto…

* * *


Habían herido a su hermano, y había sido culpa suya. No había movido un dedo en su defensa a causa del temor que lo invadió. Tuor volvió a la realidad y dirigió su mirada hacia la imponente muralla. No fracasaría nuevamente, empeñaría su vida en ello. No se quedaría paralizado ante el peligro como en la Playa Oculta. No se demoraría en ejecutar sus poderes como en el ataque a Korsum.

Merced a la magia de la joven hechicera que custodiaba el portal, las energías místicas de Syrtis se arremolinaron en torno a Tuor, quien luego de un breve instante de vacilación puso pie en la Zona de Guerra, con la Gran Muralla a su espalda. Allá, a lo lejos, su destino lo aguardaba.

Bianco, la verdad es que me esta gustando mucho lo que escribo, posiblemente se lo envié a alguna Editorial, serias el 1º en haberlo leído.  /hi




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #6 en: 25 de Septiembre de 2010, 16:27:48 pm »
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Capítulo V
Pesadilla



Los recuerdos entremezclados del combate poblaban los sueños del joven conjurador, quién se removía inquieto. Alrededor del fuego, dos individuos lo observaban mientras vigilaban y aguardaban las primeras luces del alba.
- ¿No deberíamos despertarlo?
- No, dejalo revivir la batalla. Es lo mejor para él... y para nosotros…

* * *


Se veía a sí mismo caminando temeroso en la extraña tierra más allá de la muralla. Su marcha no fue interrumpida por nadie, aunque no muy lejos unos ojos vigilantes lo espiaban atentamente. Arribó finalmente al Pilar de Resurrección del Mercado, donde una gran multitud se aglomeraba.

Por un instante pensó que la guerra había llegado hasta allí, a causa de la presencia de tanta gente, pero al preguntarle a un cazador descubrió que era un día normal y que, de hecho, el mercado estaba inusualmente tranquilo. La gente, de pie o sentada, conversaba y comerciaba, dejando de lado el conflicto en el cual los tres reinos se envolvían desde tiempos inmemoriales.

El conjurador hizo una reverencia ante el Pilar y con su mano derecha tomó una pequeña daga por el filo, cortándose levemente. Apoyó dicha mano en el monumento y susurró unas palabras arcanas bien conocidas por cada individuo del reino. La sangre salpicó la columna y se desvaneció como tragada por el mármol.
Ya estaba hecho.

Ahora, cuando se encontrara a las puertas de la muerte, si su voluntad estaba lo suficientemente sujeta a la vida, podría retornar a ella apareciéndose en dicho pilar bendecido por los dioses. Había oído que los poderosos mazos de Alsius o los diestros conjuros de Ignis solían en ocasiones ser tan poderosos que la muerte era ineludible para aquellos a quienes les atinaban.

Con un escalofrío y decidido a no pensar en eso, lanzó una breve restauración en su mano para que cicatrizara y se dirigió con temor e incertidumbre en dirección a los mercaderes.
Una mano pesada se posó sobre su hombro. Un temblor recorrió su espalda y su cuerpo se encogió, como para recibir un golpe, mientras echaba una mirada por encima de su hombro. Una mole de acero le devolvió la mirada, con las cejas enarcadas ante su reacción de temor.

- Hola Tuor.
- Darith… pensé que eras uno de… no importa. ¿Qué hacemos? – Terminó por preguntar, recriminándose el pensar que allí podría haber ignitas o alsirios. La paranoia por ser atacado lo había asaltado desde que había traspuesto la Gran Muralla.

- No te preocupes, veni, vamos a Herbred que Alsius lo capturó hace un buen rato.
- ¿Y todos ellos? – inquirió, agitando la mano en un arco, refiriéndose a aquellos que estaban allí quietos en el Mercado.
- Dejalos, se pasan la vida acá mientras el reino peligra. Les importan ellos y sus cosas nada más. Vení, vamos.

Dicho esto ambos comenzaron a correr, en dirección noreste, detrás de los puestos de mercaderes que tan irónicamente le daban la espalda a la guerra, se dijo el conjurador para sí. Ascendieron una colina y luego descendieron por el otro lado, bajando la pendiente y observando a lo lejos una imponente estructura edificada por los elfos.

Banderas de tonalidad albiceleste ondeaban desafiantes en la torre central del fuerte, mientras una enorme multitud se reunía en torno. Los gritos de guerra y los aullidos de los moribundos, sumados al entrechocar de las armas y al olor de sudor y sangre fueron el primer golpe a la cruda realidad para Tuor.

Apretando los dientes, aceleró el paso y lanzó un conjuro de vitalidad sobre un cazador que estaba próximo a desfallecer. Darith lo rebasó en la carrera y alzó su espada, con la cual de un ágil golpe hendió el yelmo de un bárbaro enano. Las huestes, al ver llegar al bravo caballero, lanzaron gritos de victoria y aumentaron su ataque sobre la férrea voluntad de Alsius.

Tuor se quedó cerca de Darith, curando como podía a los que estaban a su alrededor. Las arcanas palabras llegaban confusas y desordenadas a su mente. No recordaba si debía pronunciar la última sílaba de la primera palabra con acento o si era la primera sílaba de la última palabra.
Estaba hecho un galimatías, sin poder creer lo que vivía a su alrededor. Nada lo había preparado para esto, nada ni nadie.

El sonido de madera resquebrajándose pobló el aire, secundado por gritos de guerra y a lo lejos un cuerno resonó, indicando avanzar. Las huestes syrtenses traspusieron la puerta destruida e ingresaron al capturado Fuerte Herbred como una jauría de lobos, dispuestos a recapturarlo a cualquier precio.
Tuor ingresó y se encontró con un fiero combate en un espacio reducido. Logró evadir una flecha dirigida a él por un hábil tirador, y luego su barrera mágica lo protegió del golpe de una maza de acero. La segunda facción del ejército syrtense ingresó en el fuerte entonces, acabando con el resto de los habitantes de las heladas tierras del norte.

La batalla terminó cuando Darith decapitó al último de los alsirios. Los guardias comenzaron a izar nuevamente la bandera esmeralda… y entonces todo cambió. Los cadáveres de los alsirios revivieron de la nada y asesinaron en un visto y no visto a todos los syrtenses. Tuor quedó solo, y retrocedió, aterrado.
Los muertos de su propio reino se pusieron en pie de la misma manera, y lo atacaron con una singular sed de sangre en sus ojos. Tuor, herido de muerte, cayó de rodillas y miró a su alrededor preguntándose cómo y por qué.

Fue entonces cuando los vio. Vio a su hermano allí, con el arco presto, reprochándole el no haberlo ayudado tanto tiempo atrás. Vio a Moz, el pregonero de Korsum, acusándolo de no haberle salvado la vida. Vio a Naim, gritándole por no haber mantenido las protecciones íntegras. Su último pensamiento antes de que miles de armas atravesaran su cuerpo fue de remordimiento.

* * *


Tuor despertó con un grito. Miró a su alrededor esperando encontrar sangre y destrucción, pero únicamente vio las humeantes cenizas de una fogata apagada recientemente. El campamento syrtense se estaba preparando para la batalla. La luz del sol asomaba a lo lejos, desterrando la noche.

Habían acampado en lo que un brujo había denominado “Límite”, un nombre acorde para el sitio donde se unían el desierto y la pradera. Luego de recuperar el fuerte Herbred, las huestes habían enfilado hacia el fortificado bastión ignita, Samal.

Alejando sus pesadillas, Tuor intentó convencerse de que aquella última visión de los cadáveres resucitando no había sido real. Poniéndose de pie, observó el alba con incertidumbre. Aquel era un amanecer donde muchos perderían la vida. Un amanecer de espadas, escudos y arcos destrozados. Un amanecer rojo, de sangre y muerte.




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #7 en: 26 de Septiembre de 2010, 15:42:47 pm »
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Capítulo VI
Contienda



El sol subió en lo alto más y más, la espera se hizo insoportable. El calor agobiaba a los defensores ignitas y el agua se había racionado. Era mediodía, un mediodía abrasador. A doscientos metros del fuerte, desentonando con el árido panorama, un ejército aguardaba, inmutable.

Las banderas del fuerte no ondeaban, así como tampoco las de las huestes syrtenses. No había viento que ayudara a repeler un poco aquel calor angustioso. Tuor se removía inquieto. ¿Qué esperaban para atacar? Después de todo si la matanza era inevitable, era preferente iniciar cuanto antes a permanecer bajo ese sol infernal.

Dirigió una mirada de reojo a Darith, quién empuñaba el estandarte y se encontraba al frente del ejército. Su mirada estaba serena, esperaba algo, una señal, pero ¿qué?
Justo cuando el mago estaba pensando en evocar un sortilegio para dormitar parte de su mente y así reposar aún estando despierto, un clamor se elevó en el oeste. Una polvareada se veía allí a lo lejos. Sonriendo, Darith alzó el estandarte y gritó ordenando a la avanzadilla comenzar el ataque.


Los ignitas se miraron entre si desconcertados, preguntándose qué podría ser aquello que venía en dirección desde el puente negro que comunicaba Ignis y Alsius. Y entonces un cazador que se encontraba en la torre central del fuerte dio un grito de alarma.
Caballos, docenas de caballos y jinetes, enarbolando la verde bandera de Syrtis.

Los ignitas se dieron cuenta entonces que era imposible mantener aquel bastión en pie mucho tiempo. La superioridad numérica enemiga era abrumadora, sumado a que el ataque se lanzó por dos frentes. Los arcos de los defensores se tensaron, las túnicas susurraron, las espadas se desenvainaron y las manos se crisparon cuando Syrtis cargó.

Un relámpago lanzado por un brujo surcó el campo que los separaba e impactó en el centro de la tarima ignita, lastimando seriamente a algunos arqueros. La avanzadilla llegó a rango y los arqueros se dispusieron a atacar.

Resonó entonces el cantar de las flechas, las cuales entonaban una melodía de viento cortante. Un brujo centinela al lado de Tuor se separó del grupo y concentró sus poderes. La inmensidad de la energía que estaba acumulando sorprendió al conjurador, quien se echó hacia atrás.

- Veni, correte de ahí, dejalo a Fauno actuar – dijo Darith, quien empujó a Tuor y se puso cerca del brujo, alzando su escudo para protegerlo hasta que culminara su sortilegio.
- Norvir tonwek. Centinbil chuffhing, adon. Gatefil antogys adon. Gatefil antogys adon. Shiral. Ghezhit. Centinbil chuffhing, adon. Ghezhit. Gatefil antogys adon. Ghezhit – exclamó El Fauno y, como una nube de oscuridad, una calavera gigante de tintes verdosos se apareció en torno a los que estaban en la tarima. Todos cayeron derrumbados, envueltos en horribles visiones ante el terror que emanaba dicho sortilegio.

Aprovechando la falta de defensa desde lo alto, los guerreros lanzaron su ataque hacia la puerta, protegidos por los conjuradores. La puerta no resistió mucho esos embates, derrumbándose pocos minutos después. El sonido de unos cascos hizo que Tuor se diera vuelta y observara. Los jinetes finalmente habían llegado, y el conjurador se regocijó al ver a Ramsés a la cabeza de ellos, empuñando su lanza y entonando gritos de guerra.

La caballería ingresó como el rugido de un trueno, formando una cuña y dividiendo a los desconcertados ignitas mientras ellos se mantenían íntegros. El ataque fue inteligente y bien ejecutado, acabando en un abrir y cerrar de ojos con muchos de ellos. Los guerreros de infantería entraron detrás, impidiendo el escape.

Tuor entró junto a la infantería, curando a un caballero el cual había recibido un corte en el brazo izquierdo. Otorgó energía vital a un bárbaro que se encontraba de rodillas en el suelo, inmovilizado a causa de un hechizo. Y entonces oyó un grito asesino detrás y se dio vuelta con temor.

Un cazador apuntó con su flecha al corazón del conjurador y sonrió con mofa, totalmente seguro que se llevaría a esa presa fácil. Tuor no tuvo tiempo de pensar, encontrándose en la mirada del enemigo con la visión de la muerte.
Fue un acto reflejo.

El chasquido de la flecha al abandonar el arco sonó al mismo tiempo que el conjurador decía una única palabra arcana.
- ¡Esherat!
La luz de su bastón destelló y la flecha apareció incrustada en el corazón del propio cazador, quién mudó su expresión de satisfacción por una de sorpresa.

Darith miró sorprendido al conjurador mientras el cazador se derrumbaba. La batalla estaba terminando, los jinetes estaban acabando con aquellos que estaban replegándose detrás de la torre.
- Nunca vi algo así en un novato Tuor, ¿Qué fue eso?
- El Espejo del Karma. Hace que el ataque del rival lo dañe a él mismo. Nunca lo había usado contra alguien…
- La verdad que muy bien hecho. Tenés talento che. – Y al decir esto, interpuso su escudo desviando una maza que iba directo a la cabeza del distraído mago.

Usando el propio impulso del enemigo ignita, Darith se mantuvo firme y lo empujó hacia atrás mientras que con el revés de su espada hendía su estómago descubierto. Los vitores se elevaron entonces en el ejército. Habían capturado el Fuerte Samal, habían logrado una victoria, una gran victoria.

* * *


Esa noche, bebieron y festejaron en el interior del fuerte. No temían un contraataque ya que a los ignitas les costaría reagrupar sus fuerzas. De todas maneras, habían dispuesto guardias para cumplir el protocolo.

En una de sus patrullas, Darith sacó a relucir el tema del conjurador.
- Deberías haberlo visto Ramsés, fue increíble, la flecha se desvaneció a medio camino y atravesó el pecho del cazador como si no llevara armadura.
- Es raro, según tengo entendido el Espejo del Karma devuelve parte del ataque…
- Muy raro la verdad, pero creo que para ser su primer batalla no estuvo mal.
- Nada mal, por suerte no enfrentamos una derrota hasta ahora.
- Eso mismo opino, quizás sería mejor que se lleve ese recuerdo y continúe con su entrenamiento.
- ¿Estás diciendo de enviarlo de regreso?
- Si, con los carromatos de provisiones, cuando lleguen. Creo que es lo mejor para él, y para nosotros también. ¿Te acordas lo que dijo Bellorum?
- Si, él sintió algo en él, como un destino funesto.
- Exacto. Yo creo que quizás sea mejor que aprenda a controlar sus poderes, alguien tendría que enseñarle, alguien capacitado…

Ambos guardaron silencio, hundidos en sus meditaciones.
En una colina se detuvieron y miraron al frente.
- ¿Richox?
- Richox.




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #8 en: 27 de Septiembre de 2010, 23:27:49 pm »
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Capítulo VII
Premonición



Era un día caluroso, despejado y sin nubes. Las carretas de provisiones habían sido enviadas desde el mercado con provisiones para mantener durante un mes al ejército que había capturado Samal. Asimismo había sido escoltada por un contingente de guerreros, los cuales reforzaron las huestes syrtenses.

Las carretas de provisiones retornaban al mercado aquella tarde, reemplazado el alimento en su interior por heridos graves y mensajeros.
El joven mago se había sentido muy decepcionado al recibir la orden de partir, pero luego de unos momentos de reflexión había resuelto que sería más conveniente obedecer, especialmente considerando que aquella había sido su primera batalla.

Sentado en el carro, el hechicero había pasado el viaje charlando con los otros ocupantes del transporte. Fue con una guerrera de la Cofradía de Syrtis con quién más compartió el viaje charlando. Su nombre era Eowlyn, y había resultado herida en la pierna izquierda en el combate. A pesar de ser una experimentada guerrera, la herida la incapacitaba para el combate.

- ¿Qué tal tu primera guerra? – le preguntó ella, sonriendo.
- Bastante… rápido fue todo en realidad – contestó, adoptando un gesto pensativo – No me esperaba que todo fuera tan así… tan…
- ¿Desordenado? – quiso ayudarlo.
- Si… bueno, en realidad no tanto. La estrategia de la caballería fue inteligente, pero siempre creí que en una guerra se adoptaban posiciones en el combate y se hacían tácticas militares, que los guerreros estaban en cierta posición, los arqueros en otra… no se si me entendes.
- Si, te entiendo. En realidad sí que hay tácticas, pero el ejército es indisciplinado. No se puede mantener íntegro y no le gusta mucho recibir órdenes.
- Pero para eso combaten, ¿no? Recibir órdenes de alguien capacitado es por el bien del reino.
- Si, pero esto no es tan reino como parece. Hay mucha división, mucho elitismo…
Guardaron silencio, hundidos en sus cavilaciones.



Al rato, Tuor se le acercó y le preguntó respecto a su herida.
- ¿Qué te hirió? Quizás pueda ayudarte…
- No te preocupes, ya lo intentaron los conjuradores que estaban en Samal. – Respondió, mordiéndose el labio inferior al tiempo que se sentaba para estar más cómoda – Dijeron que la lanza con la que me cortaron estaba envenenada, protegida por algún sortilegio o algo así, el punto es que eso impide que la herida cicatrice.

Tuor examinó el golpe, retirando la venda que le cubría la pierna. Era un corte ascendente, provocado por algo con un filo terrible. Como ella había dicho, la herida no cicatrizaba y perdía sangre constantemente.
Puso su mano en el corte y cerró los ojos. Ella apretó los labios, conteniendo el dolor por su tacto, y preguntándose qué haría aquel joven mago. El susurro de unas palabras arcanas fue acompañado por una luz de un tono verde brillante.

Retirando la mano, Tuor sonrió y la miró directamente. Intrigada, ella observó el corte y vio que la sangre había dejado de fluir. Maravillada, alzó los ojos hacia él.
- No sé cómo lo hice – respondió él a su muda pregunta, ruborizándose.
- Estás destinado a esto – manifestó ella, poniendo su mano sobre la de él.
- Igual no pude cerrar la herida…
- Nadie en Samal pudo ni siquiera parar la sangre. Vos sí, y sos más joven que ellos. Te lo digo, estás destinado a esto.

El viaje continuó. Al atardecer la carreta cruzó finalmente el Puente Blanco e ingresó al herboso reino de syrtis. Él tuvo que bajarse allí, ya que ellos se dirigirían a Raeraia a solicitar asilo en los Templos de Curación y el camino para él sería el Fuerte Herbred.
Tuor le deseó una buena recuperación a Eowlyn y luego se despidieron. Se quedó observando, allí de pie en el puente, cómo las carretas desaparecían a la distancia por el camino del sur.

No habían transcurrido más que unos minutos cuando el mago oyó una voz en su mente.
- ¿Tuor?
- Ehm… si, soy yo – replicó telepáticamente, comprendiendo que alguien quería comunicarse con él mediante la insignia centinela.
- Ah, mucho gusto, soy Richox. Cuando llegues a Herbred subí a la torre que estamos entrenando ahí.
Tuor, con un hilo de voz, respondió que así lo haría.

Richox, aquel era Richox, el más diestro conjurador de todo Syrtis. No podía creer que fuera él quien le enseñaría el arte de la conjuración. Darith había mencionado algo relativo a que seguramente encontraría un maestro muy pronto, pero no podía creer que se tratase de alguien tan importante como Richox. Algo turbado y bastante sorprendido continuó su camino, ahora más apresuradamente, hacia el Fuerte Herbred.

La noche cayó antes que él pudiera llegar, por lo que tuvo que acampar en solitario. Dispuso unos sortilegios de vigilia y protección a su alrededor y se tiró en la mullida hierba. No hacía frio, y era una buena noche para dormir bajo las estrellas.

Allá en lo alto se dibujaban las constelaciones de los dioses. La mirada del conjurador se dirigió al sureste, donde estaban las estrellas de Niclam, la divinidad de la hechicería curativa y el desarrollo. Alzando una muda plegaria pidiendo fuerzas para no fracasar en el inminente entrenamiento, se hundió en el reparador descanso y los sueños lo envolvieron.

Estaba nuevamente en Fisgael, la capital del reino, en la plaza central. La gente lo miraba con una mezcla de temor y odio, mientras formaban lentamente un círculo sobre él. A sus pies yacía una persona, hecha un ovillo, ocultas sus facciones por las sombras de una capucha de prisioneros.

Una hermosa mujer de cabellera roja surgió de entre la multitud a paso vivo, se le aproximó y lo estrechó en un abrazo, susurrándole palabras de afecto, comprensión y consuelo al oído.
Pero él se mostró indiferente ante sus vocablos, tan gélido como un pilar de mármol. Ella se apartó unos centímetros y lo miró directamente, con lágrimas en sus ojos.
“No te hagas esto”, le oyó decir, pero le parecieron palabras sin consistencia, sin sentido alguno. ¿Cómo no hacerlo, después de lo que había ocurrido? ¿Cómo no hacer sufrir a esos miserables, después del acto atroz del que habían sido partícipes?

El círculo de gente se cerró aún más en torno a ellos, y él apretó su báculo con firmeza, hasta el punto que sus nudillos se tornaron blancos. Cerró los ojos y apartó lenta pero inexorablemente a la mujer mientras entonaba unos versículos arcanos.
“¡Impidan que hable!” exclamó alguien de la multitud, y todos se lanzaron hacia el centro donde ellos estaban.

“¡Tuor, no lo hagas!” gritó la mujer.
Con un rápido movimiento, el mago empujó a la mujer lejos de si mientras alzaba el báculo en el aire y lo incrustaba en el suelo con fuerza.
"¡Muerte!"




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #9 en: 01 de Octubre de 2010, 15:09:53 pm »
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Capítulo VIII
Adiestramiento


La mole de madera y piedra se alzaba imponente en el panorama, desafiando desde su privilegiada posición a los posibles ataques tanto de oriente como de occidente. El glorioso Fuerte Herbred, principal bastión del reino de Syrtis y núcleo de la fuerza militar syrtense.

Otrora repleto de individuos, ese amanecer se mostraba casi desierto, poblado únicamente por una decena de guardias. Tuor observó la silueta del fuerte al aproximarse a pie. En la torre se veían destellos luminosos que rivalizaban con el sol en majestuosidad.

Con el corazón en un puño, el joven conjurador entró realizando una leve reverencia a los guardias y comenzó a subir las escaleras de la torre. En lo alto podía oír voces entonando conjuros y, por encima de ellas, una voz más profunda dando indicaciones.

Subió los últimos escalones y se encontró con tres hechiceros en la cima realizando un espectáculo de viento y magia. Se quedó observando hasta que repararon en él. Uno de ellos, quien portaba una túnica roja y blanca, se le acercó y le dio la mano.
- Bienvenido Tuor, yo soy Richox y ellos son Gotten y Herades.

El joven conjurador los saludó a ambos. Había conversado con ellos mediante la insignia centinela, pero era la primera vez que los veía cara a cara. Gotten era un hábil conjurador, cercano a alcanzar la maestría en su arte, mientras que Herades estaba prácticamente al mismo nivel que el propio Tuor.

- Bueno, vamos a hacer esto. Yo voy a lanzar invocaciones y ustedes tienen que frenarlas usando el hechizo de empuje mental, esto les puede servir en una batalla para ralentizar durante unos segundos a los guerreros enemigos. Tuor, ponete ahí junto a ellos.

Al joven conjurador le agradó confirmar nuevamente que no había distinciones. Tanto Gotten como Herades estaban allí antes, pero Richox los había puesto a todos en un estrato de igualdad inmediatamente. Tuvo que interrumpir sus cavilaciones cuando un golem de piedra surgió del aire, materializado por el arte del maestro.


* * *



Sesenta veces el sol había surcado el cielo cuando por fin Richox los consideró listos para continuar cada uno por su cuenta. Aquella sería su última noche en el fuerte. Habían recibido noticias de que el ejército en Samal se había fragmentado, yendo algunos a mantener abierto el paso a través de Puente Blanco mientras otros defendían el bastión, por lo que el grupo de conjuradores había resuelto ir a ayudar allí.

Esa noche llovía mansamente, pero los cuatro habían conjurado un sortilegio de protección a su alrededor, por lo que las gotas de lluvía se detenían a escasos metros y se escurrían como si estuvieran envueltos en una cúpula.

Tuor no podía dormir, por lo que observaba las estrellas buscando alguna señal. Se había desenvuelto bastante bien durante estos dos meses, de hecho Richox había dicho que su talento con los sortilegios de hechicería no tenía parangón, aunque debía pulir aún el resto de las disciplinas de la magia como la vitalidad y el control de la energía.

Se sentía, por primera vez en su vida, confiado en sus habilidades, digno de lo que había aprendido. Y estaba ansioso por poner en práctica sus sortilegios, especialmente aquellos en los que se había destacado.

Sumido en sus ensoñaciones, se sobresaltó al oír el rugido de cascos refrenándose precipitadamente cerca del fuerte. Una voz profunda se elevó entonces, despertando a todos en el interior. Los conjuradores salieron a ver qué ocurría y se encontraron con que Richox había bajado antes que ellos y estaba hablando con un cazador de gran porte montado a caballo.

- Entiendo, voy ahora. – dijo el mago luego de una apresurada conversación. El cazador asintió y se hizo a un lado.
- Pero pará… ¿dónde vas? – preguntó Gotten.

Pero Richox no prestaba atención, su concentración enfocada en la invocación de un sortilegio. Tomó un rollo de pergamino de su cinto y lo extendió ante sí murmurando palabras arcanas. Una luz dorada centelleó en el báculo, y un instante después el conjurador había desaparecido.

- ¿Qué pasó? – preguntó Herades, confundido.
- Quilombo – replicó el cazador montado, quién se volvió para mirarlos fijamente.
- Ricota – exclamó Gotten, estrechando su mano. Fue entonces cuando Tuor lo reconoció, aquel era Sir Ricotero, una leyenda viviente, del cual se decía que con el arco era tan hábil como el propio dios Megrim.

- ¿Qué pasó? – repitió Herades.
- No sé, me contaron nada más, pero… - tragó saliva y se removió inquieto en el asiento antes de responder – Parece que algo pasó en el Lago de Arvanna. Los puentes desaparecieron y la isla se hundió… dicen que las aguas son negras y un terror inmenso impide que te acerques mucho a ellas… también se dice que el Guardián del Fuego desapareció sin dejar rastro… de hecho ya no hay ningún animal en Arvanna…

Todos se quedaron en silencio, intentando asimilar lo inconcebible. ¿Qué podía significar aquello?
Tuor quedó paralizado en su lugar. Hasta ese momento había creído que aquel sueño en Korsum no había sido más que su exacerbada imaginación jugándole una mala pasada, pero ahora sentía en lo más profundo de su ser que había sido un aviso, una verdad anticipada.

Aterrado, pensó no solo en el inmenso peligro que amenazaba al reino si el legendario Raptor de Almas había regresado, sino en que reconocía al semielfo arquero atacado por la criatura en su visión.

De hecho, lo conocía hasta el punto de compartir lazos de sangre con él.
El arquero era su hermano, Sithel.


Perdón por la tardanza.
« Última modificación: 03 de Octubre de 2010, 16:25:30 pm por King Of Assasin »




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #10 en: 03 de Octubre de 2010, 15:38:17 pm »
Has puesto Capítulo VII al que debería ser el VIII, ponlo bien xD. Por la historia, nada mal. Me tengo que leer los 3 ultimos aun D:

Spoiler for Hidden:


Por ejemplo si Bianco aparece con sus super firmas animadas, ya sabremos que podría ser un posible finalista o ganador.

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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #11 en: 03 de Octubre de 2010, 16:25:09 pm »
Has puesto Capítulo VII al que debería ser el VIII, ponlo bien xD. Por la historia, nada mal. Me tengo que leer los 3 ultimos aun D:

Ahs, me faltó un palico. xD




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #12 en: 06 de Octubre de 2010, 14:42:10 pm »
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Capítulo IX
Sentencia]


Los cascos del caballo resonaban con fuerza sobre el sendero de tierra, levantando una nube de polvo tras de sí. El jinete era un hechicero joven, quien con su mano derecha sujetaba las riendas mientras que con la izquierda trataba de impedir que su sombrero saliera volando a causa de la velocidad del corcel.

Era de noche, aunque el amanecer no estaba lejos. Las estrellas se ocultaban parcialmente bajo densas nubes mientras un resplandor relucía en oriente.
A la izquierda del jinete la ciudad de Raeraia desaparecía a lo lejos. El avance era irrefrenable, la voluntad inquebrantable, el destino incierto.

Arvanna.
Tuor ya podía observar las ramas más altas del bosque del otoño eterno en la lejanía. La apariencia del lugar era semejante a lo que él recordaba.

Se adentró en la floresta con determinación, buscando pruebas de que aquello no había sido cierto a pesar de que en el propio entorno alguien observador habría advertido la escases de seres vivos, la tristeza de las plantas y el silencio de un viento ausente. Pero Tuor estaba cegado por el presentimiento de una pérdida.

El mago intentó acelerar aún más su montura, pero el corcel no lo resistió. Dando un relincho de cansancio y pesar, se incorporó sobre sus patas traseras para luego derrumbarse agotado.
Tuor se incorporó pesadamente y observó al animal. Frunció el seño, frustrado. Pero relajó sus facciones luego de un momento y posó la mano sobre el cuello del ser, murmurando arcanas palabras. El equino se puso en pie entonces, repleto nuevamente de vitalidad, y observó al alturian con una mirada inteligente, casi humana.

- Volvé con Sir Ricotero, muchas gracias por traerme hasta acá – susurró el mago. Le dio unas palmadas en la testa y luego encaminó sus pasos hacia el interior del bosque. El animal, luego de un instante de vacilación, tomó el camino hacia el norte.

Los vacilantes pasos del conjurador lo guiaron hacia el centro de Arvanna, donde las últimas fuerzas de la noche parecían reunirse en torno al lago, emponzoñando aún más sus negras aguas. Un temor repentino asaltó a Tuor, quien encendió la luz del báculo para alejar las tinieblas de su alrededor.

Estaba mortalmente vacío y silencioso el lugar una vez que llegó a la orilla. Sus aguas tan oscuras que ni siquiera reflejaban las estrellas, tan solo eran abismos de negrura en la materia del mundo. Un terror sin nombre lo envolvió, lo apresó, lo silenció, lo cegó. Pero su voluntad fue más fuerte.

Alzó su báculo y lo impactó contra el suelo gritando una sola palabra arcana. Una gran luz emanó del cetro, hasta el punto en que parecía como si las sombras circundantes se alejaran del círculo de luz.
- ¡Sithel! – llamó, su grito resonando de manera sobrenatural en comparación con el silencio del bosque. - ¡Sithel, hermano!


* * *



Pasaron los segundos, los minutos.
La calma concluyó. El viento comenzó a soplar. Tuor sintió el cambio y apretó el báculo con firmeza. Una silueta apareció por sobre las tinieblas del lago. Caminó sobre las aguas, arrastrándose lentamente hacia él, como con desgana.

Las sombras lo ocultaban, pero tenía la estatura y contextura de un hombre. El conjurador no se movió de donde estaba mientras la figura continuaba su avance, si bien internamente se removía en el desconcierto y el temor.
El individuo se detuvo a escasos metros, aún flotando en el agua, y el silencio se rompió al emanar de él una risa estridente y pavorosa que helaba los huesos.

- ¡No puedo creer que seas tú, Tuor! – dijo la figura con voz profunda, riéndose.
- ¿Quién eres? – preguntó el mago con voz quebrada, atemorizado.
- ¿No me reconoces? – aquello pareció darle aún más gracia al personaje.
La sombra que ocultaba su rostro se apartó una milésima de segundo, lo suficiente como para que el mago viera un rostro desencajado, de ojos irritados y facciones con un tinte élfico.

- ¡No! – exclamó, yéndose hacia atrás.
- Si mago mediocre, soy yo – dijo el personaje, su rostro escondido nuevamente por la noche.
- Pero… hermano… ¿Qué te pasó?
- Morí, y volví. Fui escogido. Escogido para traer un nuevo destino a este mundo corrupto. Escogido para traer vida a través de la muerte.
- ¿Escogido? ¿Escogido por quién? ¿De qué me estás hablando?

Tuor recobró el control de sí mismo, hablando para infundirse valor mientras cavilaba en su mente.
Aquel era su hermano, si, pero allí había algo sumamente extraño. Aquella oscuridad, aquella voluntad en el aire… no era algo natural, estaba más allá de los designios de los dioses. ¿Qué relación tenía su hermano con todo eso? ¿Era verdad que había vuelto a la vida? ¿Acaso no había muerto entonces, como el propio mago había visto en su visión? ¿O era lo que había creído haber visto? Después de todo, había sido algo confuso…

- No, no podrás deducirlo hermano mio.
- ¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres?
- No puedes ocultarme los secretos de tu mente, ya no más. Ahora estoy por encima de ti, soy superior a todos y cada uno de los mortales sobre esta tierra. Siempre te jactaste de ser más inteligente que yo hermano, y que por eso la magia fluía de manera tan pura en ti… pero ahora te voy a demostrar que estás equivocado, que siempre lo has estado. Y que el precio de tu error será la muerte. Soy superior.

- Sithel, ¿cóm… - La pregunta del mago fue cortada en seco, cuando una fuerza inmensa lo golpeó hacia atrás, arrojando su báculo y su sombrero a lo lejos.
El suelo no lo recibió, siendo el aire quién lo sostuvo en sus brazos, elevándolo a las alturas por el poder mágico de su hermano.
La figura mantenía su brazo izquierdo en lo alto, controlando el ascenso del mago con simpleza. Los labios del conjurador estaban sellados, impidiendo que pudiera siquiera pronunciar algún sortilegio defensivo o cancelativo.

El sol, a lo lejos en el este, comenzó a despuntar, pero la oscuridad estaba demasiado arraigada, incluso para un amanecer de infantiles esperanzas.
La voz surgió de la capucha en un tono susurrante y letal, la sentencia expuesta de una manera irrevocable, el prólogo de un final anticipado.

- Se acabó hermano, tu fin será rápido. Comenzaré por ti, y por aquellos con quienes comparto lazos de sangre, pues ellos son mi desafío. Luego, uno a uno, cada reino caerá a mis pies, hasta que los dioses mismos vean que su poder no es tan omnipotente como ellos creen. Pero será demasiado tarde. El fin habrá llegado, para ellos, para los mortales y para la creación misma. Todo se hundirá en el olvido. Todo, todo será nada.

La monstruosidad de esas palabras, dichas en aquel tono tan convincente, aterraron a Tuor, quién hizo un último e inútil esfuerzo por liberarse. Una sonrisa burlona se vislumbró por entre las sombras, mientras los ojos carmesí destellaban con sadismo.

El brazo bajó, una luz escarlata hendió el aire. Un dolor lacerante recorrió el cuerpo del mago. De su garganta emanó un mudo grito de sufrimiento. Y entonces todo terminó. La luz en sus ojos se extinguió, su sol se apagó.




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #13 en: 08 de Octubre de 2010, 19:05:30 pm »
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Capítulo X
El Paraíso



La roca se partió en dos ante el paso de la oscuridad; una noche inmune al sol y al fulgor del astro rey. Una oscuridad con forma física, con la estela de la destrucción pisándole los talones. El espíritu atravesó el Cruce de Nae presuroso, con su destino fijado en la bella ciudad de Fisgael, en el confín austral del globo.

La capital de la república se despertó como en cualquier amanecer, dando paso a la bulliciosa actividad diaria. No muy lejos de allí, con un gesto de su mano, el espectro desterró las tinieblas de su entorno hasta convertirse en un semielfo de mediana estatura y cabellos dorados.

Con una tenebrosa ambición por debajo de esa apariencia inocente, franqueó la entrada ante la indiferente mirada de los somnolientos guardias. Su objetivo estaba cercano, ahora que había eliminado al conjurador tan solo debía ejecutar a sus progenitores. Una vez hecho eso sería inmune a los mortales, y lo suficientemente poderoso como para hacer estallar las estrellas.


* * *


Una gota de agua cayó sobre su rostro.

Llueve, se dijo a sí mismo, aunque no recordaba haber dormido al aire libre.

Incorporándose, el mago miró a su alrededor extrañado. Las marchitas hojas de Arvanna habían desaparecido, siendo reemplazadas por un paraje idílico, un refugio de pureza y vitalidad circundado por un muro de hielo. Las gotas que creyó que eran lluvia provenían de una pequeña, chapoteante y canturreante cascada.

- ¿Estoy muerto? – preguntó en voz alta, temeroso incluso de romper la serenidad del lugar con su voz pero con la necesidad de saber.
- Parece que no – dijo alguien a su espalda.
Tuor se giró rápidamente. Un enano de corta estatura y aire noble estaba sentado sobre una piedra, su vista fija en un fragmento de madera que tenía en sus manos y al cual le daba forma con un cincel.

- ¿Quién sos?
- Soy Reliak Craftbringer, mucho gusto
- Mi nombre es Tuor… ¿Cómo…, cómo llegué acá? ¿Y dónde es acá? – inquirió el mago, llevándose la mano al cabello en actitud desconcertada y percatándose de que tanto su sombrero como su báculo no estaban con él.

- No sé cómo llegaste acá mago, estás lejos de Syrtis, este sitio es conocido como el Valhalla Perdido.
Tuor miró fijamente al enano. Había oído leyendas sobre un lugar en el corazón del Imperio de Alsius con ese nombre, un lugar con una belleza sin comparación, un lugar del cual incluso se rumoreaba que los dioses observaban con frecuencia, regocijándose ante el paisaje.

- No entiendo… yo estaba en Arvanna, ¿Cómo llegue acá? Estoy del otro lado del mundo… ¿No me viste llegar?
- Si, apareciste ahí, en el piso, de la nada. Alto cagaso me agarró. Pensé que estabas muerto, no tenías ni pulso. Habrán pasado más o menos dos horas desde que llegaste.
- ¿Y vos qué haces acá?
- Yo soy sólo un artesano – exclamó, esbozando una sonrisa y mostrándole el fragmento de madera, en el cual había grabado una espada entrelazada con una serpiente – Este es mi lugar de retiro. Hubo una época, un breve período de paz, en la que yo recorría los tres reinos vendiendo mis obras, fue así que aprendí a hablar syrtense e ignita, pero hace ya mucho tiempo de eso, mucho tiempo…

Tuor no salía de su asombro. Había estado al borde de morir ante las manos de su hermano corrompido por un oscuro poder, y ahora estaba hablando plácidamente con un enano en los confines más remotos de Alsius. ¿Cómo había llegado allí? Parecía que el enano no conocía la respuesta, y él mismo mucho menos.

- Tengo que salir de acá, tengo que detener a mi hermano. – susurró en voz alta, más para sí mismo que para su interlocutor.
- Ah, hermanos, yo tenía un hermano, el pequeño timy, pobrecito terminó convertido en oso… - dijo Reliak, rascándose la barba.
- ¿Cómo salgo de acá?
- No podés. Estás en Alsius che. Si alguien te llega a ver acá te va a acribillar a flechazos antes que puedas decir quién sos. Eso sin contar que para cualquier alsirio tus palabras sonarían como un “uguel buguel ugul…”

Tuor frunció el entrecejo. El enano tenía razón, no podía salir de allí por medios convencionales. Las palabras de su hermano resonaban en su mente, sentía dentro de sí un apremio incontenible. Era su familia la que estaba en un terrible peligro si el argumento de los lazos de sangre era real.

Raliek, quién veía al mago tan ensimismado, se acercó lentamente y le tiró de la túnica para llamar su atención. Tuor bajó la mirada y lo miró por primera vez a los ojos. Dio unos pasos hacia atrás, sorprendido.

Su mirada era enigmática, atemporal se podría decir. Ningún ser viviente podría tener jamás aquellos ojos, esa expresión en ellos, como si pudiera ver todas las cosas ocultas a los mortales; los secretos de la mente, los entresijos del alma, las confesiones del corazón.

La expresión de afabilidad se había borrado del semblante del enano, dando paso a la seriedad, a la majestuosidad, a la nobleza de espíritu.
La comprensión asaltó al conjurador de tal modo en que abrió los ojos de par en par, mientras retrocedía otro paso.

- Yo te ayudo a irte, como te ayude a llegar –dijo con voz una profunda, totalmente diferente a la anterior - Pero tené en cuenta que tu enemigo no es sólo tu hermano. Una antigua y poderosa fuerza se esconde en su interior. Las visiones que tuviste son reales, pero no definitivas. El destino no está escrito, es moldeable, acordate Tuor.
- Pero… ¿Qué? ¿Por qué yo, señor?

El enano esbozó una sonrisa, se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la cascada. Un haz de luz envolvió al mago y el paraíso desapareció sucedido por un torbellino de arcanos poderes.

No había magia en el mundo capaz de realizar semejantes sortilegios. Nadie era capaz de salvar a alguien del borde de la muerte del modo en que ese sujeto lo había hecho, ni mucho menos de transportarlo a través del espacio tan hábilmente.
Las murallas de los reinos estaban protegidas ante sortilegios de teletransportación normales, pero desde luego aquel individuo no tenía nada de singular.

Tuor sonrió al recordar el nombre y comprender el truco tras el mismo. Pensar que un dios le había salvado la vida y lo había aconsejado le provocó un escalofrío.
Reliak, Kailer, el dios de la forja y la creación.

Perdon por la tardanza!!




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Re:La Forja de una Tunica Verde
« Respuesta #14 en: 11 de Octubre de 2010, 12:55:03 pm »
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Capítulo XI
Títeres


La mujer de mediana edad abrió lentamente la puerta del dormitorio. Una pequeña luz de tonos violáceos brillaba en lo alto del báculo que portaba en su mano izquierda, reluciendo con un tono maquiavélico. La faz de la dama estaba provista de expresión, sus ojos vacíos sin brillo alguno.

Ingresó a un cuarto pequeño, repleto de estanterías llenas de libros en las paredes, pues la sala contigua no alcanzaba para almacenarlos todos. Una cama matrimonial ocupaba gran parte del lugar, sobre la cual una figura dormía acompañada por su acompasada respiración.

Sus pasos hicieron tanto ruido como el de un ratón corriendo a través de una mullida alfombra. El silencio era total, quebrado únicamente por un ocasional murmullo del individuo en la cama, quién no era otro que un elfo de cabellos rubios y parecía tener pesadillas.

La mujer alzó su mano extendida en dirección hacia el sujeto. Unas palabras surgieron de sus resecos labios con un tono monótono. La luz centelleó purpurea y el elfo se incorporó asustado y desconcertado.

De su interior surgió una luz brillante de tonos celestes, la cual tomó forma corpórea durante unos momentos para luego ingresar al báculo de la hechicera.
Se trataba del ánima. Aquel sortilegio no era otro que el conocido como el Guardián de Almas, capaz de arrebatar el espíritu mismo a la víctima, asesinándola de una manera cruel y ruin.

El elfo observó a la mujer con los ojos abiertos de par en par, llevándose las manos a la garganta como si no pudiera respirar. Sus ojos se tornaron vidriosos y lentamente se derrumbó hacia un lado, acallando su respiración en un estertor final.

Su última mirada se posó en su ejecutora, aquella mujer con la que se había casado y con quién había pasado gran parte de su vida, concibiendo un hijo incluso.

Ella lo miró con aquellos ojos vacíos, sin brillo ni color. Y entonces una voz susurró entre las hojas de los libros, en el interior de aquel pequeño cuarto.
- Elnher, aquí termina tu pobre existencia.

El portador de la voz se materializó en el cuarto, un arquero de ropajes oscuros y ojos ígneos, con un arco de fuego negro en su mano siniestra. Había manipulado a través de sus poderes a la dama para que ultimara al elfo, no porque fuera incapaz de hacerlo él, sino porque así lo encontraba más divertido.

Mirando el cadáver de su padre, Sithel sonrió con mofa y agregó:
- Gracias madre por acabar con él, veo que el amor no supuso una barrera entre ustedes.


* * *


El crepitar de las antorchas se mezcló con los susurros de órdenes impartidas por un caballero de porte noble llamado Fardog, capitán de la guardia de Ulren Asir.
- Quiero a los arqueros apostados cerca de la ventana, si llegan a ver que la hechicera se escapa acaben con ella inmediatamente. Ustedes dos conmigo – dijo, señalando a sendos guerreros que llevaban cotas de mallas y el uniforme de la guardia - subiremos ahí.

De un golpe y sin previo aviso, los tres guardias quebraron la puerta de la casa y entraron, rápidamente corriendo hacia el dormitorio donde les habían reportado que había tenido lugar un horrible asesinato. Una alturian lloraba arrodillada al pie de la cama, sobre la cual se encontraba la figura inerte de un elfo.

Fardog se adelantó y juntó las manos de la mujer con fuerza.
- No quise hacerlo, no quise hacerlo, no fui yo, no fui… yo lo amaba… no, no pude… – sollozó la mujer, hasta que una mordaza selló sus labios como medida de precaución para que no invocara hechizos.
- Uriannas, quedas apresada por el asesinato del elfo Elnher. Serás enviada a Fisgael dónde una corte decidirá tu sentencia.

Mientras los guerreros cubrían el cuerpo del yaciente y Fardog llevaba a la mujer afuera, una sonrisa taimada de dientes blancos apareció en las sombras.
Las piezas habían sido dispuestas según sus designios en el tablero. Los hilos de su enorme red estaban ya en movimiento. Las marionetas de aquel enorme teatro debían cumplir su papel, al pie de la letra, y él, titiritero de la obra, se encargaría de que así fuera.


* * *


La herida cerró tan rápido que pareció como si nunca hubiese existido. El semielfo alzó la cabeza, dispuesto incluso a rendirse a los pies de la conjuradora que le había salvado la vida; pero ella rechazó sus agradecimientos con altivez y frialdad.
- No, no me agradezcas, no me interesa.

Agitó su rostro moviendo sus ondulantes cabellos rojos en una actitud de desafío y vanidad para luego seguir caminando hacia la ciudadela. Se había encontrado con aquel joven arquero elfo en las cercanías de Raeraia, ciudad a la cual deseaba llegar antes que cayera la noche.

Había sido un día agotador para la conjuradora, pues había recorrido toda la distancia desde el Fuerte Herbred hacia la Muralla, encontrándose en el camino con dos cazadores ignitas de los cuales supo escapar hábilmente.
Sonrió despectiva al recordar aquel encuentro, al rememorar la inutilidad de los enemigos al lanzar ella sobre sí misma sus formidables sortilegios de protección.

Para la mayoría de la población el típico mago blanco debía ser de temperamento tranquilo, paciente, noble y humilde, capaz de sacrificar su vida en beneficio de sus compañeros. Esta hechicera era el patrón opuesto de dicha descripción, y sin embargo era una de las más hábiles y bellas conjuradoras de toda la historia.

Fría, orgullosa y engreída, pero también dulce, enigmática y encantadora, así era Har, dual como el océano, hechicera de cabellos carmesí del heroico clan Fuego de Fénix.

Entró a Raeraia con aspecto agobiado. Uno de los guardias se aproximó con la intención de ayudarla pero ella lo rechazó en tono gélido. Los dioses sabían el nivel de cansancio que tenía, pero no deseaba ni anhelaba la ayuda de nadie.

Finalmente llegó a su hogar. Anochecía y las luces de la ciudad comenzaban a encenderse. Musitando una palabra arcana, Har removió el hechizo que guardaba el umbral y que impediría que cualquier intruso ingresara allí. Al entrar dejó el báculo apoyado sobre la pared, se quitó su ropa y se arrojó directamente a la cama.

Refunfuñó desde su posición al escuchar unos suaves toques en la puerta unos minutos después. Incorporándose, se puso una capa para cubrirse, caminó hacia la puerta y la abrió. Se encontró con una joven novicia que llevaba un pergamino en su mano.
- ¿Qué? – demandó, algo irritada.
- Ehm… mi señora… ehm… - tartamudeó – Me enviaron esto para usted, llegó hoy temprano a mi señor Celebrian, quién me pidió que se lo entregara a usted.

Har tomó el pergamino y despidió a la novicia con una sonrisa y unas palabras afectuosas, lo cual dejó aún más desconcertada a la niña.
Entrando nuevamente a su estancia, la conjuradora dejó la capa sobre una mesa, abrió el pergamino y lo leyó.

Se detuvo al final y volvió al inicio, esta vez pasando las líneas mucho más rápido, como si intentara confirmar lo que acababa de leer. Con el rostro pálido, alzó la vista del papel y cruzó su hogar para buscar su túnica y cubrir su cuerpo.

Justo en ese instante, un fogonazo de luz apareció en el centro de su hogar, secundado por un torbellino de viento que impulsó a la joven muchacha hacia atrás.
Un hombre vestido con una túnica de tonos verdosos mezclados con negros apareció erguido en el centro del huracán, para luego derrumbarse inconsciente en el suelo con un sonoro estrépito.