Hubo una vez, una chica muy caprichosa. Su nombre era Bacsisanne. Tenía 18 años y le encantaban los gatos. Vivía por los parajes desiertos de Sograt Desert sola, puesto que era huérfana. Un día se dio cuenta de que quería seguir el camino de la magia. Su deseo era convertirse en una Professor amada y respetada.
Se compró unos ropajes de Novice y comenzó a juntar experiencia para poder convertirse en Mage. No le gustaba nada tener que golpear a los monstruos con un burdo cuchillo. Ella quería hacer magia de verdad, quería dominar el poder de los hechizos y sortilegios.
Avanzó matando cruelmente a todo lo que podía y consiguió convertirse en mage. “¡Al fin puedo centrarme en lo que mejor me sienta!” Feliz con su nuevo Job, decidió pararse a comprar un helado de menta y chocolate. Adoraba ese helado. Cuando llegó a una heladería, se comió el helado con gusto sentada en un banco; y se puso a pensar en la cantidad de magia que le quedaba por delante. De repente, vio pasar un Paladin de pelo azul. Llegó a la heladería, se bajó de su PecoPeco y compró un helado bastante grande. Era realmente guapo, y desprendía un aura de sabiduría y experiencia; al momento supo que era un Paladin muy fuerte. También al momento, se enamoró de él. “No puedo acercarme, seguro que me caigo o algo delante de él y hago el ridículo; aunque tiene que ser mío…” Sacudió la cabeza, se levantó rápidamente y se fue andando a paso ligero. Se dijo a sí misma que cuando sea la mejor Professor, habrá tiempo para enamorarse. Aunque no podía sacarse ese chico de la cabeza.
Día tras día fue luchando, con la esperanza en los ojos de poder ver a aquel Paladin cuando llegue a su meta. Acumuló experiencia mucho más rápido que cuando era Novice puesto que usaba la magia y se sentía muy poderosa. En unas semanas llegó a la ciudad sabia, Yuno; dispuesta a convertirse en Sage. No le costó más de media hora pasar la prueba; lo cual hizo que saliese muy confiada de la Sage Guild. Dio un paseo por aquella mágica ciudad para descansar un poco. Se detuvo en una cafetería y pidió un chocolate caliente para calentarse un poco el estómago. Disfrutaba de su bebida cuando, sin poder creérselo, vio a aquel Paladin pidiendo un café helado, aunque fuese invierno. Bacsisanne se sintió muy rara. Por una parte se sentía feliz de verlo otra vez y saber que estaba bien; aunque por otra parte sentía una frustración muy grande al saber que tendría que irse pronto de ahí sin poder entablar una simple conversación con él. Ocurrió como cuando lo conoció: dejó el dinero de su chocolate, se levantó y salió huyendo, esta vez con lágrimas en los ojos. Corrió un buen rato para desahogase. Cuando paró, se insultó varias veces por su debilidad interior y se auto castigó yendo a matar monstruos más fuertes de los que estaba acostumbrada.
Viajó y viajó hasta que encontró una cueva de la cual salía una blanca y misteriosa luz. Siempre le atrajo el color blanco. Se metió sin dudarlo. Cuando entró, se dio cuenta de que ya no podía volver a salir y empezó a asustarse. Se asustó más cuando se dio cuenta de que aquella cueva estaba repleta de todo tipo de dragones: voladores, con dos patas, con cuatro patas, morados, verdes, rojos, amarillos... Ella odiaba a los dragones, le parecían las criaturas más peligrosas del planeta. Le entró el pánico inmediatamente cuando todos ellos se había percatado de su presencia y estaban corriendo hacia ella. Supo de inmediato que había cometido una locura y que no debió nunca de haber entrado ahí. Cuando estaba ya muerta de miedo a punto de llorar de impotencia, una cruz de luz blanca apareció en el suelo donde se encontraban los dragones, acabando con todos ellos a la vez. Cuando la luz dejó de emanar del suelo, pudo distinguir una figura de pelo azul montada en PecoPeco. Se le pusieron los ojos como platos y los mofletes como manzanas al descubrir que era realmente su “Paladin azul”.
-¿Estás bien, joven Sage?- Habló el caballero. Ella no sabía qué responder, así que se quedó callada. El Paladin curó las heridas que tenía y le ofreció agua. Luego de estar los dos ya tranquilos y en buen estado, él dio su nombre: Kahidu. Ella respondió y le dio el suyo. Se sentía sumamente feliz de seguir viva y estar a salvo gracias a Kahidu. Juntos, siguieron la marcha y comenzaron a hablar despreocupadamente. Bacsisanne se iba enamorando cada vez más de aquel valeroso hombre. Se contaron mutuamente la historia de su vida. Resulta que Kahidu llegó a ser Paladin después de trabajar como albañil y quedarse en paro. Después de una gran caminata, Bacsisanne se percató de que con toda esta situación, había ganado más experiencia de lo que creía y que ya tenía poder suficiente para convertirse en Professor; aunque quería matar algunos monstruos más para asegurarse de que era la mejor. Juntó valor y le pidió a Kahidu que formase un grupo con ella y la ayudase a acabar con monstruos más fuertes. Kahidu aceptó de buena gana y comenzaron juntos aquel viaje.
Fue el mes más feliz de la vida de Bacsisanne. Hasta que llegó aquel fatídico día en el que Kahidu le dijo que debía volver a ayudar a una Dancer que conoció en Comodo. Le dijo que hizo una promesa a aquella Dancer de que la ayudaría como estuvo ayudando a Bacsisanne. Ella se sintió imbécil cuando se dio cuenta de que de verdad llegó a creer que Kahidu de verdad podría llegar a quererla pasando sólo un mes a su lado.
Al día siguiente, llegaron a Comodo y Kahidu salió en busca de aquella amiga suya, dejando sola a Bacsisanne. Esta se emborrachó, jugó, apostó, perdió todo su dinero porque en el momento en el que se quedó sola, se dio cuenta de una cosa. : había perdido el sentido con aquel hombre. Había dejado de pensar en su sueño durante un mísero mes con la única compañía de su amor no correspondido, y ahora no podía pensar en aquel hombre. No se podía centrar en esos hechizos que tan bien manejaba antes. No conseguía matar a ningún monstruo, por débil que fuese. Pero no le echaba la culpa a Kahidu, no. Se echaba la culpa a sí misma; por dejar su sueño de lado, por no poder vivir ahora normalmente como un ser humano más. Vagando y vagando, encontró una ciudad subterránea abandonada. Investigó y vio que estaba completamente desierta. “Al fin un sitio donde reposar eternamente” pensó. Pasó ahí la vida que le quedaba, hasta que se convirtió en un bello espíritu de ropas blancas y gran fuerza mágica. Rondaba por toda la ciudad y mataba sin piedad a cualquier ser humano que osase entrar en su lúgubre reino. Así pasó a ser Bacsojin, el espíritu desesperado.
Fin~ >w<