13/07/10
He vuelto a llorar. Prometí que nunca más lo haría pero me invadió de nuevo esa sensación de soledad de la que ya te he hablado. Desde que murió no he parado de pensar en qué hacer.
Querido diario, nunca he sido un héroe.
Vivo en lo más bajo de la más alta ciudad, ni siquiera tengo una casa, y ahora, ni siquiera tengo una vida. Se ha ido, y no sé a dónde. Dicen que las leyendas son historias reales o imaginarias, nadie sabe en qué proporción, que perdura en el tiempo. Bien, éste es mi diario, el diario de una leyenda.
Aunque no haya mente que me pueda recordar, cada piedra, cada edificio, cada calle, cada gato callejero y cada aliento perdido de éste suburbio me van a recordar. Recordarán como aquel que de niño soñaba con volar y lanzar fuego por las manos para vencer el mal lo perdió todo de la noche a la mañana. Y en cuanto volvió a caer la noche, perdió hasta el más pequeño indicio de vida que quedaba en su ser.
Sí, mi estimado amigo de papel, ahora sé lo que es estar muerto. Cuando ella se fue se lo llevó todo.
Nunca hemos sido una familia muy agraciada, pero fuimos una familia. Desde el momento en que vagabundeando la encontré en aquel callejón, sabía que mi vida iba a cambiar. Y cambió, vaya si cambió. Incluso los asesinos dejaron de aparecer tan frecuentemente y los violadores moderaron su actividad. Porque aquella noche encontré un ángel. Brillaba con luz propia entre las calles llenas de oscuridad, debía ser un ángel.
Aquel bulto que me permití el lujo de llamar "hija" alguna vez vino tal y como se fue: envuelta en ése aura de luz que la caracterizaba, envuelta en bondad. Ninguno de los Dioses fue justo al enviarla con nosotros.
Nunca sabré qué buscaban de ella, nunca sabré qué motivos tenían para eliminar del mundo el alma más limpia que mis pobres ojos han tenido ocasión de ver. Porque aunque fuese la princesa del más bello reino, nunca tuvo reparos en llamar a un vagabundo como yo "papá".
Jamás pude darle lo que merecía, jamás pude... jamás pude quererla como hubiese querido quererla.
A mí ya no me queda nada, maldigo desde la primera milésima de segundo de su muerte que no me acuchillaran a mí, que me mirasen con desprecio y siquiera acabaran con mi sufrimiento también. Maldigo que me castigasen con algo peor que la muerte.
Y así es como me quiero ir yo también, te escribo mientras su angelical rostro me mira vacío desde mi regazo, donde la sangre sigue fluyendo directamente desde su espalda, y sólo me queda esperar.
No, hija, si tú te vas, yo voy contigo.
14/06/10
El destino me está jugando una mala pasada. Ayer debí caer dormido, exhausto de llorar, y cuando me he despertado seguía ahí. Sólo un poco más blanca que ayer.
La he enterrado, no ha sido un entierro muy digno, pero he evitado que las ratas se apoderen de lo único que me queda de ella.
Te escribo desde el borde de un precipicio, anónimo amigo. Sólo quiero hacer saber a quien recoja éste diario que mi vida nunca ha sido digna de mención, pero yo me voy satisfecho, pues obtuve todo lo que un hombre puede desear: amor incondicional.
Ayer el viento soplaba fuerte, oí aullidos de muerte, sabía que el siguiente era yo. Aunque nunca sabré por qué nosotros.
No, querido diario, no dejaré que ellos me lleven a mí también, les permití el lujo de llevársela una parte de ella y no les permitiré el lujo de llevarse lo único que queda de ella: Mis recuerdos junto a ella.
Así que supongo que llegados a éste punto no queda más que... decir... adiós.
P.D.: Super emo, déjame decirte.