-Pues si no están en mi almacén, ¿dónde habré dejado mis gafas, entonces? Me cachis en la mar...-
La Empleada Kafra miraba sonriendo lastimósamente a su clienta, una dulce anciana, sin saber qué decirle.
-Bueno, guapa, tú no te preocupes, que todavía no he perdido toda la visión. Ya las encontraré... uhm...-
La anciana, de ojos marrones, con el pelo blanco recogido en una larga coleta con un lazo azul, se encaminó distraida hacia la plaza, sin mirar por donde iba, y poco antes de chocar contra un poste, se percató de que no solo tenía mala vista, sino que además estaba mirando al infinito, sin fijarse por donde iba. Entonces conjuró una bola de fuego que empezó a dar vueltas a su alredeor.
"Ahora al menos no me tropezaré, espero..." Pensó mientras iba a sentarse en un banco junto a la fuente. Tenía que haber salido hace tres dias hacia Yuno, pero sin sus gafas le iba a resultar muy dificil ver el camino. "Yo y mi nefasta memoria, ¿donde pod...? ¡ah!"
Recordó que, hasta hacía unos días, había asistido como ayudante de cocina en el castillo, durante los días en los que uno de los empleados de Orleans estaba enfermo, y como las gafas le molestaban cuando tenía que mirar algo de cerca, como leer un libro de cocina o mirar de cerca si los ingredientes eran buenos, se las quitaba y las posaba sobre la encimera. Seguramente las había olvidado allí.
Se dirigió corriendo hacia el castillo, con la bola de fuego a girando a su alrededor. A pesar de sus canas, la mujer se encontraba en forma y era capaz de correr relativamente rápido, pero no se puede decir lo mismo de su vista, así que, al llegar al puente del norte, no fué capaz de evitar chocarse contra un herrero que acababa de salir del castillo junto a su grupo para entrar en la ciudad.
-¡Ay!- Exclamó la anciana al caer al suelo.