Nick: Arxer
Nombre del personaje: Arxer
Clan: sin clan
Años: 21
Sexo: Masculino
Descripción física: Estatura media, complexión delgada, media melena despeinada, ojos grandes. En conjunto da la sensación de ser una persona descuidada.
Descripción psicológica: Su personalidad es peculiar y extravagante, aunque por fuera pueda parecer una persona tranquila y sosegada, en realidad es exageradamente nervioso e inseguro.
Arma: ninguna
Historia:
Son muchas las historias que circulan por Rune-Midgar, valerosos guerreros, gente capaz de dar su vida por defender a su nación, de renunciar a sus raíces por creer en lo justo, personas capaces de sacrificar incluso su alma con el único fin de mantener el equilibrio en el mundo. Todos ellos se convirtieron en héroes, y glorificados han pasado a formar parte de la historia de este país, se hacen presentes desde los más antiguos manuscritos, hasta en las leyendas que los padres les cuentan a sus hijos. Su presencia se puede notar hasta en el ambiente, sus perfiles se ven reflejados en las estatuas que adornan las ciudades y sus historias se cuentan a través del brillo en los ojos de los que son más jóvenes. Sea como sea, todos ellos, mas cercanos ya a un semidios que a un simple humano, quien sabe si por sus hazañas o por el mito que se creo con el paso de los años alrededor de ellas, compartieron algo en común, todos nacieron bajo la luz de una estrella, que les siguió alumbrando y protegiendo a lo largo de su vida.
Sin alargarme mas contando cosas de las que ya todos somos conscientes, empiezo a relatar mi historia, poco común, la historia de un niño cualquiera, que no fue apadrinado por ninguna de las estrellas que adornan y alumbran el cielo cuando cae la noche, pero que sin embargo nació bajo el calor y el arropo de la mas importante de todas.
Aquí comienza la historia de Arxer, el que según algunas habladurías, pues nunca llego a convertirse en leyenda, se gano el apodo de “El hijo del sol”.
Capitulo 1: Alineamiento solar.
Y así fue, un día cualquiera de un año cualquiera.
Lo único que se puede recordar de aquel día fue el abrasante calor, poco usual por esa zona. Los más ancianos hacían comentarios jocosos, poco habituales también teniendo en cuenta en intenso fervor religioso que esta arraigado en la cultura de Prontera. “parece que hoy la diosa Sol se olvido su escudo con las prisas”.
Se respiraba calma, mas de la habitual, teniendo en cuenta que el calor sofocante, no invitaba a nadie a salir de su casa, por lo que las calles de Prontera, normalmente llenas de gente que hacían impensable tan solo 1 segundo de silencio total, permanecían medio vacías, a excepción de unos pequeños comerciantes y las patrullas de caballeros, que evidentemente con calor o sin calor no podían dejar de lado sus labores.
El resto de personas permanecían en sus casas, refugiadas en la sombra huyendo de una ola de calor sin precedentes. Por el contrario, las tabernas, rebosaban, quizás los clientes no mostraban mucha intención de pasárselo bien bailando y cantando, como era lo normal, pero aun así todas las mesas estaban repletas de hombres y mujeres medio adormecidos que no paraban de pedir una bebida tras otra.
El único sonido que perturbaba esa calma provenía de una pequeña casa situada casi a la salida de la ciudad, la casa de Armand Arxer, uno de los taberneros del lugar.
Si no fuera porque todos los conocidos estaban avisados de que su mujer iba a dar a luz en los próximos días, muchos se hubiesen alarmado.
Los vecinos, al oír los quejidos de la mujer, supusieron que se acercaba la hora del parto, así que dejando de lado el calor todos se acercaron a prestar ayuda, unos corrieron a la casa, y otro fueron rápidamente a avisar a Armand, que muy a su pesar y mas a pesar de su bolsillo, se vio obligado a cerrar la taberna, dejando a merced del sol a todos aquellos aletargados seres que le estaban llenando los bolsillos de zeny.
Cuando llego a su casa todo estaba preparado, agua caliente toallas. Todas las ventanas estaban cerradas para evitar que el calor pusiera mas difíciles las cosas, por lo que la habitación permanecía casi en una total oscuridad si no fuera por una pequeña vela, que alumbraba lo justo para poder llevar a cabo el parto.
La mujer parecía estar sufriendo, el parto no estaba siendo sencillo, por lo que en algunas caras se dejaban ver ciertos rasgos de preocupación, acentuados con cada grito que daba la mujer, unos gritos mas propios de alguien que esta muriendo en el campo de batalla que de una mujer a punto de dar a luz.
Lo que no se esperaban los asistentes es que lo peor estaba por llegar, casi sin poder asimilarlo, los gritos de la mujer, que hasta entonces parecían atronadores, fueron sustituidos por un furioso llanto, el mas fuerte que soy capaz de recordad. Sin embargo, por muy molesto que fuera, las caras sonrientes, sustituyeron a los gestos de preocupación. Y entre abrazos y risas todos observaban al nuevo habitante de Prontera, que seguía intentando levantar dolor de cabeza a todos los presentes con su llanto.
En ese momento, Armand apago la vela y decidió abrir todas las ventana, por dos motivos, porque el calor del sol ya no era comparable con el que se podía sentir dentro de esa habitación y porque quería que todos oyeran llorar al niño, para compartir su felicidad en cierto modo.
Así fue, lleno de orgullo e intentándose tapar los oídos como podía, abrió la ventana, para que toda Prontera escuchara al nuevo vecino, pero sin embargo, contra todo pronostico, en cuanto abrió la ventana, un rayo de sol, intenso penetro en la habitación e impacto en la cara del pequeño. Este casi inmediatamente dejo de llorar, y sus ojos, hasta entonces cerrados con gesto de furia, se abrieron por primera vez, y se quedaron clavados en aquella inmensa bola de fuego, eran unos ojos enormes, de color marrón claro, pero que sin embargo reflejaban la luz del sol de tal manera que parecían dorados. De cualquiera de las formas ese fue el rasgo más característico del niño.
Fue nuestra diosa Sol la única que pudo apaciguar al niño, muchos de los que estaban allí no podían evitar mirar hacia aquella bola de fuego para intentar distinguir lo que cautivaba la mirada del bebe, que parecía poder distinguir la figura de la misma diosa en su carruaje tirado por sus dos caballos.
Cuando quisieron darse cuenta todos permanecían embobados mirando al niño, asombrados, pero este, volviendo a darle un giro inesperado a la situación, volvió a cerrar los ojos y se quedo dormido.
Todos permanecieron callados unos minutos hasta que Armand, otra vez lleno de orgullo y con un cierto tono jocoso alzo la voz y dijo: “Señoras y señores, tengo el placer de presentarles a Arxer, mi hijo”