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Autor Tema: Las seis sombras  (Leído 2140 veces)

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Desconectado Bianco

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Las seis sombras
« en: 11 de Diciembre de 2009, 11:45:53 am »
Bueno, esto es una novela de mi personaje que me puse a escribir hace tiempo (febrero de este año) y lleva mas de doscientas páginas. Pero como no me convencía, hace poco empecé a escribirla de nuevo como si fuera una versión más perfecta que la anterior, y bueno, me gusta como ha quedado. Iré posteandola según vaya escribiendo :D



PRÓLOGO



Mientras el joven Silinde permanecía en la posada bebiendo hidromiel sin intenciones de dejar la jarra a medias, Reyven se apoyaba sobre un rústico pilar afuera del lugar, mientras miraba el cielo azul que brindaba una bonita mañana. Inmerso en sus pensamientos, el joven caballero recordaba los viejos tiempos mientras oía como su amigo disfrutaba dentro de la posada como un crío con un juguete nuevo. Pero poco duró aquella paz. La tranquilidad de aquel bonito día se veía turbada por la presencia de varios extraños que irrumpieron en el lugar. Eran siete hombres con armadura, y uno de ellos portaba placas distintas. Concretamente la armadura que solía llevar un caballero rúnico en aquellas tierras. Se acercó al caballero apoyado sobre el pilar, y con una voz fría como el hielo preguntó.

- ¿Eres tú Reyven, ex-miembro del “concilio de las cuatro espadas”?
- ¿Y qué si lo soy? –Contestó él, sin apartar la vista de las nubes.
- Tienes que acompañarnos. Si opones resistencia te llevaremos a la fuerza. –Dijo el extraño con armadura.

Reyven desenfundó su espada, apodada “Sol Dorado” debido a que se creía que era la espada que había portado el dios del Sol, y que brillaba con luz propia.

- Sí, definitivamente eres tú. Esa espada no podía estar en manos de otra persona que no fuera Reyven Dreizack. –Afirmó el caballero rúnico.
- No sé quién eres, pero no voy a acompañarte. Ya me huelo algún asunto raro. Tu armadura no me resulta familiar entre la caballería. –Dijo Reyven, haciendo brillar su espada. Eso era signo de que pronto desataría una fuerza atronadora.
Lástima.

El caballero rúnico desenfundó una extraña daga de color violeta y negro, con cierta aura oscura. Al desenvainar tal arma, el brillo de la espada de Reyven se apagó repentinamente, haciendo que la hoja volviese a la normalidad. El joven miró atónito la hoja de su espada, y cuando volvió la vista a su enemigo, el caballero rúnico había desaparecido. Se situó detrás de Reyven, dándole un golpe que causó en él un desmayo repentino. Los otros seis guardias se encargaron de capturar a Silinde. Desde aquel momento, ambos amigos tomarían caminos diferentes.

Era como si la magia que emanaba aquella extraña daga mantuviese a Reyven inmerso en un profundo sueño. Despertó en cuanto llegaron a un gran edificio situado en medio de un desierto. Se trataba de una cárcel perdida entre las dunas de la arena, alejada de la mano de Dios.

Cuando despertó, Reyven se percató de que sus pertenencias no estaban junto a él, y que se encontraba encerrado en un frío calabozo. Incluso sus atuendos consistían ahora tan sólo de una camisa y un pantalón de lino blanco, ambos en un estado muy deteriorado y sucio. Trató de convencer a los soldados de armadura negra para que le soltaran, ya que él no había hecho nada para ir a parar a ese lugar. Pero en el momento que más resonaban los gritos furiosos de Reyven, apareció en aquella estancia un hombre. Iba cubierto por un gran manteo y encapuchado, pero al caminar sonaba bajo sus pies un sonido metálico que delataba la armadura que se escondía bajo sus ropajes. Se acercó a la celda de Reyven, pues las otras estaban vacías, y paró frente a ella mirando fijamente al joven.

- Dime, ¿Se está bien, oculto entre las sombras, miserable? –Dijo.
- ¿Quién eres tú? –Cuestionó Reyven.
- No estás en condiciones de preguntar. –Dijo, tirando una espada oxidada al lado de Reyven. –Vamos, cógela y sígueme.

Después de esas palabras, fue cuestión de segundos que un guardia abriese la puerta de la celda. Reyven cogió la espada y salió del calabozo. El hombre encapuchado se giró, mostrando tan sólo el brillo de sus ojos a causa del reflejo de una tenue luz.

- No intentes nada raro. –Dijo.

Reyven permaneció en silencio y siguió los pasos del hombre encapuchado. Llegaron a una angosta sala cuadrada que sólo era iluminada por unos leves rayos de sol, filtrados por un enrejado metálico situado en el techo. Frente a Reyven había otro pobre desgraciado que había sufrido su misma suerte, o peor. Era flaco y débil, con una mirada ceñida por el miedo. Portaba una lanza que lucía un lamentable estado, al igual que él. Lanzando un grito desesperado, arremetió contra Reyven dando una estocada con la lanza que portaban sus temblorosas manos, pero el joven de un movimiento esquivó el golpe, y dio un sablazo partiendo en dos aquella lanza delgada.

- Ya ha terminado, ¿No? –Dijo Reyven.
- Acaba con él. –Contestó el hombre encapuchado.
- ¿Estás loco? No puede defenderse. No puedo hacerlo.
- Tu honor de caballero es admirable, Lord Reyven, pero no estás en condiciones de cuestionar si ese ser inútil debe morir o no.
- No lo cuestiono. Es una decisión. –Contestó Reyven, mirándole a los ojos.
- Si no lo haces, otros podrían sufrir a causa de tu “honor”.
- ¡¿Me estás amenazando?! –Dijo Reyven, lleno de ira en ese momento.

Sintió entonces que el hombre de la lanza le arrebató la espada en un momento de descuido y trató de apuñalarle con ella. Reyven hizo uso de sus reflejos y tan rápido como pudo esquivó el golpe, cogió la punta de la lanza, que estaba en el suelo, y ensartó a su enemigo con ella. Calló al suelo de rodillas, soltando la espada oxidada y desplomándose poco después.

- Bravo. –Dijo el encapuchado mientras aplaudía. –Eres todo un guerrero. Sabía que pasaría esto. Puede que después de todo nos seas útil…
- Maldito seas. –Decía Reyven frustrado.

El encapuchado se dio media vuelta y mientras se alejaba hizo una señal con una mano. Reyven sintió un fuerte golpe en la nuca que lo desplomó al momento.

Mientras estaba inconsciente, una imagen apareció en su pensamiento. Una bella mujer de pelo turquesa, vestida de hermosos y nobles ropajes azules caía al vacío en un agujero oscuro sin fin, mientras gritaba ayuda a los cuatro vientos. Reyven despertó exaltado por el extraño sueño, sudado y con el pulso a un ritmo acelerado.

Pasaron días. Pasaron semanas. Pasaron meses… Reyven comenzaba su propia batalla contra la locura. Poca era la cordura que permanecía a su lado después de tanto y tanto. Todos los días soñaba con lo mismo, y cada dos días se veía obligado a luchar a muerte contra otro preso. Hasta ese momento había salido victorioso. Pero no podía aguantar mucho más allí. Medio moribundo yacía siempre en el suelo. Suplicando a la nada por volver a vivir libre. Suplicando por volver a ver el cielo azul.

Sus súplicas parecieron ser escuchadas, cuando un día sonó un gran estruendo dentro de aquellas frías estancias. Un humo denso se esparcía por los pasillos y el fuego recorría las paredes. Al parecer alguien había provocado alguna explosión. Un hombre cubierto de un manteo y capucha apareció frente a la celda de Reyven, pero ésta vez no era aquella persona que le encerró. Cogió una gran hacha y partió los barrotes de varios hachazos.

- ¡Escapa, rápido! –Dijo.
- ¿Quién eres? –Preguntó Reyven, atónito.
- ¡Eso no importa! ¡¡Escapa cuanto antes!!

Sin ignorar aquellas palabras, Reyven usó sus últimas fuerzas para levantarse del suelo y correr en dirección a una salida. Halló un agujero rodeado por el humo en una de las paredes, y aprovechó para escapar. De camino a la salida pudo ver a varias personas más con aquellos ropajes.

Cuando salió del gran edificio sus ojos contemplaron la libertad. No obstante, aquella liberación se veía rota por un inmerso desierto que alcanzaba hasta el horizonte. Pero el joven no se rendiría ahí. Caminó decidido hacia el horizonte.












CAPÍTULO 1 - BIENVENIDO



Caminar por las dunas del desierto sin rumbo había provocado en Reyven un desmayo a causa del cansancio. Inconsciente en medio del inmenso mar de arena, fue encontrado por una persona. Otro señor caballero, igual que él, pero de armadura azulada, que viajaba acompañado de un camello. Parecía tener una edad cercana a la de Reyven, que alcanzaba el vigésimo tercer año de su vida. Tenía el pelo medio largo con un flequillo que tapaba parte de su rostro. Llevaba una espada oriental enfundada como arma.

Se bajó de la montura y cargó con Reyven después de mojarle la cara para montarlo encima del camello. Siguió su camino junto al animal y al inconsciente joven. Al cabo de un rato, Reyven abrió los ojos. Tal vez a causa de los fuertes berridos constantes que tenía costumbre de hacer el animal, o tal vez fuese por el movimiento brusco de éste al andar por las dunas. No se percataba demasiado de la situación y, con un movimiento cansado, giró la cabeza hacia varios lados para asegurarse de dónde se encontraba.

- Al fin has despertado. –Dijo el caballero.
- ¿Dónde…?
- Estamos en el desierto de Arunafeltz. Pero tranquilo, pronto llegaremos a Veins.

Reyven agachó la cabeza mientras suspiraba cansado.

- Duérmete un rato hasta que lleguemos. Ya te avisaré.

Después de un par de horas, llegaron a las puertas de Veins. Al cruzar las puertas, Reyven parecía más descansado, y se bajó del camello para continuar el camino a pie, al igual que el otro caballero.

- ¿Cómo me has encontrado? –Preguntó Reyven.
- Estabas tirado en medio del desierto. –Respondió. –Dime, ¿Por qué llevas unos trapos tan mugrientos? ¿Te has escapado de alguna cárcel?
- Fui encerrado a mi voluntad. Aún no sé por qué…
- ¿Eh? Vaya, algo malo habrás hecho. –Dijo el caballero.
- ¿Qué sabrás tú? –Contestó Reyven frunciendo el ceño.
- Tranquilo hombre… ¡Mira! –Dijo, señalando a un edificio en frente de ellos. –Es una posada. Vamos a comer algo, yo invito.

Al entrar a la posada, el hombre le indicó a Reyven que se sentase en una mesa que había señalado, cerca de una ventana, mientras él pedía algo de comida al tabernero. Tardó un rato en sentarse, ya que mientras se hacía la comida, el caballero charlaba con el posadero. Parecía entenderse bien con la gente. Reyven de mientras miraba tranquilamente al cielo por primera vez en mucho tiempo. Realmente era algo que le gustaba hacer; observar como las nubes pasaban lentamente ante sus ojos y con estos apreciar la libertad de la que gozaban en el inmenso cielo azul.

El caballero volvía a la mesa con varios platos de comida. A Reyven se le iban los ojos detrás de aquellos manjares, ya que llevaba mucho tiempo sin probar algo como la carne que allí se servía. Cogió con ansias aquel trozo de carne asada y empezó a devorarlo como un perro hambriento.

- Vaya, tenías hambre, ¿eh? A todo esto, me llamo Víctor Kurosaki.
- ¿Hm? –Reyven paró por un momento de comer. –Tienes apellido oriental.
- Sí… aunque no sé quien es mi padre. A pesar de mis raíces, me crié en Moskovia junto a mi madre, que era una famosa curandera de la ciudad. –Dijo Víctor.
- Oh, yo me llamo Reyven Dreizack, y soy de Geffen. –Dijo, dándole luego otro mordisco a la comida.
- Termina de comer y luego hablamos.

Reyven asintió y así terminó con la comida a los pocos minutos. El hambre que ceñía sobre él se veía calmado por primera vez en mucho tiempo. Era algo por lo que siempre le estaría agradecido a Víctor.

- Y… ¿Qué haces en estas tierras si vienes desde tan lejos? –Preguntó Reyven, curioso.
- Busco… la paz.
- ¿La paz…?

Aquella respuesta fue algo que Reyven no consiguió entender entonces. Pero esa frase quedaría gravada en su mente, y en un futuro tal vez encontrase el significado. Después de decir eso, Víctor se levantó de la silla y se dirigió al exterior de la posada. Reyven le siguió rápidamente. Afuera, Víctor le preguntó:

- ¿Adónde te diriges?
- Creo que iré a Midgard. –Respondió Reyven con algo de inseguridad.
- Toma. –Víctor le lanzó una pequeña bolsita con algo dentro. –Con eso deberías de poder vestirte y viajar al menos hasta Aldebaran. - El resto es cosa tuya.
- Pero… ¡Esto es mucho dinero! –Exclamó Reyven, después de abrir la bolsa. – ¡No puedo aceptarlo!
- Entonces dáselo a algún pobre. –Dijo Víctor montándose en el camello. –Nos vemos, Reyven.

Después de aquella extraña despedida, Víctor se fue por donde había venido, dejando atrás a Reyven. Ahora el joven caballero no estaba seguro de cual sería el paso más adecuado que podía dar. Poco tardó en decidir visitar una tienda en la que pudiese comprar algo de ropa común y, si acaso, pasarse por alguna armería para adquirir una espada con la que defenderse.

Caminó durante un buen rato perdido en la ciudad de Veins. Eran pocas las veces que había pasado por aquella ciudad, y le era fácil perderse entre las calles, que a sus ojos se hacían un laberinto. Pero de repente, vio una sombra pasar por uno de los callejones de Veins. La curiosidad pudo con el joven y no pudo evitar ir tras ella. En uno de los callejones consiguió algo de ventaja. La justa como para llegar a ver de espaldas al portador de la sombra. Aquellos ropajes medio rotos que ondeaban en aquel cálido viento eran los mismos que recordaba haber visto en la prisión. Pensó que tal vez se tratase de alguien que perteneciese al grupo que asaltó la prisión.

Le siguió a través de las angostas callejuelas de Veins, pasando desapercibido ante las pocas personas con las que se cruzaban, y ante el portador de aquella ropa. Al final de un largo trayecto, el hombre entró en una casa arruinada y Reyven se apresuró a entrar también, pero se topó con una agria sorpresa; fue acorralado en la puerta por el tipo al que seguía, con una daga rozando su cuello.

- ¿Qué se te ha perdido por aquí? –Dijo. Era la misma voz que el tipo que abrió la celda de Reyven en la prisión.

En silencio, Reyven observaba con dos gotas de sudor recorriendo su frente, el interior de lo poco que quedaba en pie de aquella casa. Dentro había varias personas con los mismos ropajes, incluidos un hombre mayor pero robusto como un toro, y una joven sentada a su lado, con armadura y un hacha en forma de guillotina a su lado. Reyven apartó la mirada de los que había en esa casa y la fijó en los ojos del tipo que le tenía acorralado. De un solo movimiento, le arrebató la daga de la mano y fue él quien la puso a rozar su cuello.

- Parece que las armas de filo no son lo tuyo. –Dijo Reyven, con una sonrisa de satisfacción esbozada al momento.

La chica se levantó rápidamente y cogió su hacha, pero el hombre que había sentado a su lado puso una mano por medio y le indicó que no atacase. La joven se sentó de nuevo, pero con su mirada clavada en Reyven. Esos ojos furiosos lo observaban sin perderle de vista, intentando intimidar al joven caballero. En ese momento, el hombre dijo:

- Tú debes de ser aquel prisionero del cual me comentó Kalehb. –Dijo el hombre. –Vamos, baja tu arma, no te vamos a hacer nada después de haberte salvado el pellejo, ¿No crees?
- Quiero saber quienes sois. –Dijo Reyven.
- ¡¿Por qué íbamos a decírtelo, perro?! –Exclamó furioso el joven al que Reyven tenía acorralado con la daga.
- Por favor, calmaos. Kalehb, no te hace ningún bien enfadarte de esta manera. –Decía el hombre. –Chico, no sé quién eres, ni qué quieres, pero baja tu arma o no respondo de cómo puedas acabar.

Reyven agachó la cabeza y escuchando las palabras de aquel hombre, bajó el arma y se la entregó a su legítimo dueño.

- Te salvamos y ahora eres libre. Si no fuera por nosotros, aún te estarías pudriendo en ese lugar. –Dijo el hombre, con razón al fin y al cabo.
- Lo siento. No he sabido comportarme. Debo agradeceros que me liberaseis de aquel lugar. –Dijo Reyven.
- No importa.
- Padre, tenemos que partir cuanto antes. Lucian aún está… –Dijo la chica.
- Lo sé, hija, pero aún no hemos podido encontrar escoltas. –Respondió el hombre.

Reyven pensó entonces que podía serles de ayuda.

- Yo podría acompañaros. –Dijo.
- ¿Tú? Lo siento chico, no necesitamos críos. –Respondió el hombre.
- No soy un crío, he sido mercenario en las tierras de Midgard. Puedo viajar con vosotros y protegeros. Pero necesito una espada.

El hombre quedó pensativo, y después de hablar a susurros con su hijo, entonces contestó.

- Está bien. Dirijo una forja, te propinaré una espada y una armadura. Mi hijo Kalehb te las dará. –Dijo el hombre.
- Sígueme.

El joven al que había acorralado con aquella daga era Kalehb, el hijo de aquel hombre, al igual que la muchacha de la armadura y el hacha. Kalehb le ofreció a Reyven una armadura ligera de cuero con algunos detalles de metal, y una robusta hombrera en la parte derecha, junto con una Claymore, una espada de dos manos.

- Parece que nos entendemos. Éste es el tipo de arma que mejor manejo. –Dijo Reyven al empuñar la espada.
- Bien. Colócate la armadura y sal afuera. Te esperaremos en la calle, junto a esta casa. No tardes.

Reyven asintió y se colocó la armadura. Enfundó la espada en la vaina, que la había colocado en sus espaldas, y salió de la casa tal como Kalehb le había indicado. Afuera le esperaban el hombre y Kalehb. Los demás no estaban.

- ¿Dónde se han ido todos? –Preguntó Reyven.
- Se han marchado hacia al carromato. –Contestó Kalehb.
- Es hora de que nos presentemos como es debido. –Decía el hombre. –Yo soy Marcus, líder de esta forja ambulante. Él es mi hijo Kalehb, y la joven que estaba a mi lado es mi hija Arlenne.
- Es un placer. Yo soy Reyven, de Geffen.

Empezaron a caminar hacia las afueras de Veins. En cuestión de segundos alcanzaron al resto del grupo, que hacía un total de ocho personas contando con Reyven. Pero el joven caballero notaba como la mirada de aquella chica llamada Arlenne aún no se fiaba de él. Eran unos ojos que le observaban con empatía y desprecio. Era un sentimiento que causaba escalofríos en Reyven.

Marcus era un hombre con un rostro entrado en años, pero aún conservaba su estado físico en perfectas condiciones. Kalehb era joven, fuerte y moreno de piel, con un pelo albino, al igual que Arlenne, la cual lucía una larga y hermosa melena blanca que contrastaba con su piel morena. También era apreciable en la joven que era de complexión fuerte, pero no demasiado. Llegaron a donde estaba la carroza aparcada en medio del desierto, escondida entre varias dunas gigantescas. Había varios animales que parecían ser los que cargaban con el peso del carromato para moverlo. Entraron dentro todos y Reyven se sentó en el único sitio que quedaba libre; un asiento al lado de Arlenne. Al joven le pareció curiosa la reacción arisca de la chica, retirándose hacia el lado opuesto a Reyven.

Marcus empezó a hablarle a todo el grupo, que se encontraba ya en sus asientos. Después de una amena asamblea, todos quedaron en dirigirse a Rachel. Después, cada uno empezó una conversación distinta con el que tuviera al lado. Todos menos Reyven, que no se atrevía a dirigirle la palabra. Marcus se sentó de guía en la parte delantera y el carro comenzó a moverse. De repente, Kalehb se sentó en el suelo, cerca de Reyven, y le miró de una forma curiosa.

- ¿Qué…? –Murmuró Reyven.
- ¿De dónde decías que vienes? –Preguntó Kalehb.
- De Geffen. Aunque me crié en Einbroch durante cierta parte de mi infancia.
- Me impresiona el manejo que tienes con las armas de filo. ¿Aprendiste eso en Geffen? ¿O quizás en Eimbroch?
- Me enseñó una magnífica maestra de la espada, pero no fue en ninguno de los dos sitios. Fue en Yuno.
- Algún día tienes que enseñarme algún truco. –Dijo Kalehb.
- ¡Ja, ja! ¡Claro, hombre! –Exclamó Reyven.

Al contrario que con Arlenne, Reyven consiguió enlazar una fuerte amistad con Kalehb en poco tiempo. Al tiempo podría incluso considerarse amigo el uno del otro. Y tras aquel movido día, el Sol empezó a caer, dejando paso a la noche.


Spoiler for Hidden:


Por ejemplo si Bianco aparece con sus super firmas animadas, ya sabremos que podría ser un posible finalista o ganador.

Desconectado Tobi

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Re:Las seis sombras
« Respuesta #1 en: 11 de Diciembre de 2009, 12:10:21 pm »
wah esta genial *-* ya puedes poner la continuacion ale ¬¬ corre D:!! saldre yo? *-* saldra tobi el payaso malvado destructor de  la humanidad y del universo? *o*

salu2 <3

Desconectado Bianco

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Re:Las seis sombras
« Respuesta #2 en: 11 de Diciembre de 2009, 12:19:22 pm »
Eso aún es sorpresa j0j0j0

Ahí va el segundo!



CAPÍTULO 2 - EL GUERRERO DEL ESTE



Amaneció el siguiente día y Reyven ya había despertado. El calor del desierto apretaba a cada momento con más furia, y era algo que el joven no podía soportar como el resto de quienes iban dentro del carro, los cuales parecían estar acostumbrados a aquella flama. Kalehb se acercó a él y le preguntó:

- ¿Estás bien?
- El calor me está aturdiendo. –Contestó Reyven con una voz pesada.
- Toma. –Le ofreció un odre lleno de agua. –Bebe tranquilo. No te preocupes por la cantidad, tenemos más.
- Gracias, Kalehb. –Dijo Reyven cogiendo el odre.

Reyven se refrescó bebiendo gran parte del contenido. El ambiente era callado, sin nada mejor que hacer que mirar como pasaban a través de las dunas y el calor. Reyven se entretenía observando minuciosamente la hoja de la espada que le ofreció Kalehb. La construcción del filo estaba muy conseguida, y parecía bastante resistente.

Cuando el ocaso había oscurecido el cielo, el carro empezó a frenar. Marcus le indicó a todos los que había dentro que saliesen para hablarles un momento.

- Ya estamos cerca de Rachel. Si descansamos esta noche, podremos llegar mañana sin problemas. Y así lo haremos.

Todos estaban de acuerdo y algunos volvían dentro del carromato para sacar algunas cosas. Hicieron una hoguera con algo de leña y sacaron menesteres y comida del carro. Pronto, aquello se convirtió en una pequeña gran cena entre todos los miembros de la forja ambulante. Incluido Reyven. Marcus hablaba con sus compañeros sobre el transcurso del negocio y otros asuntos de comercio. Kalehb estaba pendiente de la conversación y Reyven era el único que no hablaba con alguien. El único hasta que se percató de que Arlenne se encontraba en su misma situación. La chica sólo miraba las estrellas en silencio, ausente de todos los demás. Se acercó a ella a pesar de que Arlenne le fulminaba con la mirada. Se sentó cerca y dijo:

- ¿Te gusta observar el cielo?
La joven hizo caso omiso de las palabras de Reyven, pero él no se desanimó y continuó hablándole.

- A mí me gusta observar el cielo cuando es de día. Las estrellas no son lo mío. Prefiero la libertad de las nubes. Los humanos… nunca podremos gozar de esa libertad.
- Así que… “la libertad”, ¿eh? –Susurró Arlenne.

La joven se levantó, observando con una mirada fugaz los ojos de Reyven, y retirándose al carro. Para Reyven todo aquel ambiente lleno de risas y gritos fue envuelto en un silencio que sólo él podía apreciar. Observaba como Arlenne se marchaba dejándole atrás con cierta curiosidad. Algo había despertado en él aquella noche.

De repente sintió una voz que rompió aquel silencio, gritando desde el otro lado de la hoguera.

- ¡Reyven, come un poco! –Decía uno de los hombres que estaba sentado junto a Marcus. –Ésta juventud deja mucho que desear, ¿Eh Marcus? –Dijo entre risas.

Marcus fue contagiado por aquella alegre carcajada y así con más miembros de la forja. Pero Reyven miraba hacia el carro atónito. Pero después de pensar mucho se rindió y empezó a comer junto con los demás hombres. Poco después de aquel ameno banquete, todos se disponían a ir a descansar. Reyven concilió el sueño rápido.

Dormido, una vez más le atormentaba aquella extraña pesadilla. La mujer de cabellos color turquesa y ropajes azules caía al vacío pidiendo ayuda. Pero ésta vez el sueño se cortaba y empezaba otro justo después. Reyven despertaba en un gran llano iluminado en la oscura noche por muchas luces que provenían de una gran ciudad colosal, más grande que ninguna otra que sus ojos hubieran contemplado. En ese momento todo empezaba a verse borroso. El sueño terminó, y Reyven despertó sobresaltado de nuevo, con un sudor frío en la frente. El joven se percató después de tranquilizarse, de que no estaban ni Arlenne ni Kalehb. Disimuladamente y con sigilo, se asomó un poco fuera del carro, pero antes de sacar la cabeza, oyó las voces de Kalehb y Arlenne hablando en un tono muy bajo.

No entendía bien lo que estaban hablando los dos hermanos, pero por intentar acercarse para escuchar más, un movimiento torpe causó su caída fuera del carro e hizo que Arlenne y Kalehb se percatasen de su presencia. La joven, enfadada, disintió mirando a Reyven, que se levantaba del suelo, y luego volvió al carro para descansar. Kalehb se acercó y le puso una mano en el hombro. Luego se metió dentro del carro también. Reyven esperó un buen rato para volver y dormirse.

A la mañana siguiente, cuando ya el carro se había puesto en marcha, Reyven despertó. Arlenne y Kalehb estaban sentados cerca de él hablando de un tema al que no le dio importancia como para escucharlo. Reyven soltó un bostezo como buenos días.

- Hombre, buenos días. –Dijo Kalehb.
- Buenos días, Reyven. –Saludó Arlenne, aunque el joven notó como aquellas palabras estaban algo forzadas.
- Buenos días a los dos.
- ¿Cómo es que has despertado tan tarde? –Preguntó Kalehb.
- Últimamente hay una pesadilla que me atormenta cuando duermo. Por eso siento más cansancio estos últimos días.
- Ya veo… Por cierto, Reyven. –Decía Kalehb. – ¿Te dirigirás a Geffen?
- Sí. Visitaré a mi madre y mi hermano pequeño. Con un poco de suerte no estará mi padre en casa.
- ¿Te llevas mal con él? –Preguntó Kalehb con curiosidad.
- No es eso. Cuando se entere de que he perdido la espada que me regaló él mismo, me hará pedazos. –Dijo Reyven.

De repente, la conversación quedó en un punto muerto. No parecían tener mucho que decir ninguno de los tres jóvenes. Hasta que aquel silencio fue roto por Marcus, que anunciaba la llegada a Rachel.

El carro continuó hasta las puertas de Rachel, donde fue inspeccionado por los guardias de la ciudad. La seguridad de la capital de Arunafeltz había sido reforzada de una manera muy impulsiva los últimos años. Los guardias fijaron especialmente su atención en Reyven, el cual se dedicaba a intentar pasar desapercibido entre las miradas. Más tarde dejaron el carro cerca de la entrada de la ciudad y se dirigieron a la zona de comercio. Marcus empezó a hablar al grupo:

- Atendedme un momento, por favor. Nos dividiremos en dos partes. Arlenne, Kalehb y Reyven irán a por las provisiones. Los demás vendréis conmigo a la forja.
- Yo voy a la forja contigo, padre. –Dijo Arlenne.
- Arlenne, tú mejor que nadie sabes manipular las provisiones en el grupo. Sería absurdo que me acompañases a la forja. –Dijo Marcus.

La joven frunció el ceño y cabreada marchó a pasos ligeros hacia las provisiones. Kalehb y Reyven se apresuraron a seguirle el paso a la joven mosqueada.

Llegó el medio día y Arlenne estaba más calmada con respecto al tema, pero seguía caminando en silencio. Después de comprar todas las provisiones, los tres jóvenes pusieron rumbo hacia la posada de la ciudad, punto de encuentro de todo el grupo en el que se encontrarían con Marcus. Una vez dentro, los tres jóvenes quedaron atónitos al ver lo agarrotada que estaba la posada a esas horas. Parecía ser un punto de encuentro de mucha gente; comerciantes, mercenarios e incluso nobles escondidos entre la clandestinidad. El pequeño grupo se sentó en una mesa que quedaba libre al fondo, sin pedir nada. Al parecer el negocio lo llevaba una mujer de aspecto rudo que no tardó en acercarse a la mesa de Reyven en cuanto los vio acercarse.

- No suelo hacer esto, pero… ¿Qué os sirvo? –Dijo la mujer.
- ¿No sueles tener clientes? Pero si el negocio va viento en popa. –Añadió Kalehb.
- Has debido de deducir eso tú solito, musculitos. Me refiero a que no suelo hacer de camarera. –Contestó la posadera, algo malhumorada.
- No queremos nada, sólo estamos esperando al resto del grupo. –Dijo Arlenne.
- Lo siento, pero si no coméis o bebéis algo, podéis daros media vuelta y marcharos por donde habéis venido.
- No tenemos dinero, cuando lleguen los demás, pediremos comida para ocho. –Intervino Reyven.
- He dicho que…

En ese momento, las palabras de la mujer y todo el jolgorio del local fueron bruscamente silenciados por unos hombres que irrumpieron derribando la puerta de entrada de un golpe. Eran altos, fuertes y desaliñados, con diversos tipos de arma como hachas y puñales. Uno de los hombres, que tenía una gran maza de acero atada a la espalda, se acercó a la barra y se sentó tranquilamente como si nada hubiera pasado. Pidió una bebida y los demás hombres se dispersaron por todo el local irrumpiendo en varias mesas y osando comer la comida que habían pagado otros. Uno de ellos se acercó al que se sentó en la barra y empezó a decirle algo susurrando al oído. El hombre se levantó bruscamente y se dirigió a la mesa en la que estaban Reyven, Kalehb y Arlenne. El grupo de jóvenes se preparaba para lo peor.

- Hola, preciosidad. ¿Me puedo sentar a tu lado? –Dijo el hombre dirigiéndose a Arlenne.
- Déjala en paz, por favor. –Dijo Reyven.

El grotesco hombre, ya sentado sin escuchar la respuesta de Arlenne, estiró de una cuerda que hacía un nudo en la parte de su pecho, y tan pronto como se aflojó, blandió su enorme arma, dando un gran porrazo contra la espada de Reyven, que debido a sus reflejos, pudo protegerse justo a tiempo. Se levantó y dio una vuelta sobre sí mismo, propinando otro fuerte porrazo a Reyven. La segunda vez le alcanzó de lleno, y fue brutalmente lanzado contra una mesa del fondo, haciéndola pedazos. Se acercó a Reyven, y levantó de nuevo su maza para propinar otro golpe devastador. Pero en ese momento Arlenne cogió una silla y con fuerza y saña la rompió contra las espaldas del gran hombre. Kalehb se puso las manos en la cabeza mientras observaba la brutalidad de su hermana. Pero furioso, el hombre se deshizo de Arlenne y Kalehb a base de fuertes golpes. Los tres jóvenes estaban en ese momento sin fuerzas para seguir en pie. Pero en aquel momento, entró tranquilamente otro hombre con ropajes extraños en aquella ciudad. Llevaba atuendos orientales, y una katana enfundada en su cinto. Era un samurái.

Se acercó a la barra, puso dos monedas sobre ella, y con una voz seria, le dijo a la posadera:

- Dame un trago de la cuarta botella empezando por la izquierda de la segunda fila.

La mujer no contestaba, estaba aterrorizada debido a los bandidos que habían irrumpido en aquella pacífica posada. El samurái se levantó del banquito de madera, cogió la botella que había indicado y un baso, y se sirvió él mismo. Luego, con un gesto, le acercó las dos monedas a la posadera. El bandido que aporreaba a Reyven, furioso por la interrupción del espadachín oriental, se dirigió hacia él.

- ¡¿Cómo te atreves a sentarte aquí tan tranquilamente?! –Gritó furioso.

El samurái no contestó a aquellas palabras. Reyven estaba inconsciente, pero Arlenne y Kalehb observaban al hombre oriental y al bandido. En cuestión de segundos, todos los rufianes se centraron en el samurái, rodeándole.

Furioso porque no obtenía respuesta de los labios del guerrero oriental, el bandido se disponía a atacar levantando su arma. En ese momento, el hombre habló.

- Si de verdad aprecias tu vida, no alces tu arma contra mí.
- Vaya, el oriental se pone gallito, jefe. –Dijo uno de los hombres, dándole ánimos al rufián de la maza, que al parecer era el líder de aquella banda.
- ¡No te lo tengas tan creído! –Gritó el bandido.

En ese momento, resonó un ruido seco en el local, y la maza del bandido se rajó en dos. Tenía un corte muy limpio, pero no se había visto a quién lo había cortado. El bandido miró al oriental perplejo, y de nuevo, el mango de la maza, que era lo único que quedaba de su arma, volvió a rajarse en dos. Los bandidos salieron corriendo de allí con el rabo entre las piernas. Después de que los bandidos abandonasen el lugar, el oriental también se marchó al acabarse el licor que él mismo se sirvió. Todo continuó con normalidad y el grupo de Marcus llegó al fin a la posada.

Cuando Reyven despertó, se encontraba en una cama de la misma posada. Todos estaban a su alrededor, incluida Arlenne.

- ¿Qué ha pasado? –Dijo Reyven.
- Vino un hombre que derrotó a los bandidos. Fue algo increíble. –Contestó Kalehb.
- ¿Te encuentras mejor? –Preguntó Marcus.
- Me duele el cuerpo… pero con reposo se me pasará.
- Entonces pasaremos la noche aquí en la posada. –Dijo Arlenne.

Reyven la miró agradecido, pero la joven frunció el ceño, y dándose media vuelta dijo:

- Nos será más difícil si nuestro escolta está herido.

Después de decir esa frase, salió de la habitación. Marcus y Kalehb se quedaron hasta un poco más tarde hablando con Reyven. Ya de noche, el joven se quedó dormido, y padre e hijo salieron de la habitación.
« Última modificación: 11 de Diciembre de 2009, 12:20:37 pm por Bianco »

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Re:Las seis sombras
« Respuesta #3 en: 12 de Diciembre de 2009, 23:19:40 pm »
Ya te comenté unos cuantos fallos que vi. Pero también te dije que eran fruto en su mayoría de algún lapsus o alguna mala interpretación.
Sobretodo, Bianco cielo, intenta contar las cosas desde un punto de vista mas humano y menos técnico. Me explico:
Tienes ciertas dotes para la redacción. Pero tu fuerte es la descripción, la ambientación y el discurso del hilo. El problema es que a veces te dejas guiar demasiado por tus puntos fuertes y dejas párrafos muy buenos enmarcados en contextos mucho mas pobres que estos.
Intenta no centrarte en que el texto sea gramatical o estéticamente bonito, y se mas humano y mas sentimiental. Porque cuando escribes algún fragmento y consigues esto, brillas.
Hazlo incluso aunque para ello tengas que prescindir de algunos recursos o construnciones mas "pros" gramaticalmente. Lo agradecerá el conjunto y el lector.


Si, soy muy crítica y muy rebuscada XDDDDDDDDDDDDDDD
Pero sabes que me molan mazo tus relatos :P

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Re:Las seis sombras
« Respuesta #4 en: 15 de Diciembre de 2009, 09:24:30 am »
Abra capitulo 3? lo estoy esperand

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Re:Las seis sombras
« Respuesta #5 en: 15 de Diciembre de 2009, 10:40:20 am »
De momento hay hasta 30 capitulos en la versión primera, pero como lo que estoy haciendo es reescribiendolo, de momento tengo dos capitulos, y estos dias he estado liado. Para mañana el 3 estará listo, y el 4 puedo hacer un esfuerzo para que tambiçén lo esté.

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Re:Las seis sombras
« Respuesta #6 en: 16 de Diciembre de 2009, 11:28:29 am »
Bueno ahí va el tercero!
PD: Perdón por el doble post.



CAPÍTULO 3: UN NUEVO LAZO



Amanecía y los primeros rayos de sol entraban por la ventana de la habitación. Reyven fue despertado debido a que el reflejo alumbró en su rostro. Abrió los ojos y levantó medio cuerpo, quedando sentado. Dio un suspiro y dijo:

- Hoy no he tenido esa pesadilla.

Entonces escuchó como si alguien respirase cerca. Se percató en ese momento de que había alguien en la silla, que se hallaba junto a la cama; era Arlenne, quien parecía haber pasado la noche cerca de Reyven. Una de sus manos caía con su propio peso sobre el borde de la cama, enganchada a una manta débilmente con los dedos. Estaba dormida.

Reyven se levantó con cuidado de no despertarla, y puso las mantas encima de Arlenne para taparla. La ciudad de Rachel estaba rodeada de terrenos desérticos y el frío apretaba desde la madrugada hasta que el señor de los cielos asomaba imponente su figura en el cielo, haciendo ese frío extremo se convirtiese en un calor abrasador.

Bajó por las escaleras de la posada, y en el salón de entrada estaban Marcus y Kalehb sentados en una de las mesas. Los demás parecían estar aún durmiendo. Reyven se acercó a la mesa, pero a medio camino tropezó con un tipo que llevaba una gabardina de cuero y un arma de fuego enfundada a la espalda. Parecía algo torpe a primera vista, y rápidamente se disculpó por tropezar con Reyven. Salió de la posada y el caballero se sentó con Kalehb y Marcus.

- Te has levantado torpe hoy. –Dijo Kalehb.
- Calla. Por cierto, buenos días.
- Buenos días, Reyven. –Respondió Marcus. – ¿Ya te encuentras mejor?
- Sí, el dolor se ha calmado bastante.
- Bien, entonces saldremos de aquí en breves. –Dijo Marcus.
- ¿Arlenne lleva ahí toda la noche? –Preguntó Reyven.
- Sí. Estaría preocupada por ti. –Comentó Kalehb.

 Al poco rato los demás fueron bajando mediante se despertaban, y finalmente bajó Arlenne. Fijó su mirada en Reyven y cuando éste reaccionó devolviéndosela, la chica bajó la mirada y se ruborizó. Marcus se dirigió entonces al grupo, hablando en voz alta y clara:

- Nuestro mercenario ya está recuperado, así que podemos partir de nuevo hacia nuestro destino.
- Haremos parada en Eimbroch para aprovisionarnos de materiales y seguiremos rumbo al este, hasta llegar al puente que une Schwaltzvald con Midgard. –Explicó Kalehb.
- ¿Adónde os dirigís exactamente? –Preguntó Reyven.
- Hacia el bosque de Payon. Pero nos dirigiremos antes a Alberta. El dinero está escaseando y tenemos que vender nuestro último encargo. –Dijo Marcus.

Todos se pusieron de acuerdo y salieron de la posada. De camino al carro, Reyven se acercó a Kalehb para cuestionarle una duda que corroía su mente.

- Aún no sé por qué asaltasteis la prisión.
- Arlenne y yo tenemos un hermano pequeño. –Decía Kalehb. –Al igual que tú, fue raptado sin motivo alguno y estamos buscándole. Según la información que pudimos sacar, se encuentra en una prisión abandonada, pero no sabemos dónde.
- ¿Por eso asaltáis las prisiones que veis abandonadas? –Preguntó Reyven.
- Exacto. Y casualmente en la última prisión dimos contigo. Era la tercera y la primera en la que encontrábamos a alguien.

Llegaron a carro y la conversación perdió el hilo en ese momento. Pusieron rumbo al oeste pasando montañas y llanuras. El grupo se topó con las ruinas de una ciudad que había sido destruida recientemente; Lighthalzen. Recuerdos de un pasado difuso atormentaron entonces los pensamientos del joven caballero, quien estuvo presente en la masacre que tuvo lugar en dicha ciudad.

Al cabo de unas horas, ya llegada la tarde, la caravana frenó en seco, algo poco habitual en Marcus guiando el carro. De repente unos extraños ruidos de forcejeo alertaron a los que iban dentro, y Kalehb salió por la parte de atrás del carro acompañado de Reyven.

Dos soldados de armadura negra habían detenido el avance del carro. Portaban lanzas y escudos, y duros yelmos del mismo color azabache que sus armaduras. Reyven reconoció rápidamente a los dos guardias; eran los mismos que le habían llevado a prisión. Se escondieron de nuevo Reyven y Kalehb para intentar planear cómo librarse de ellos, pero un repentino grito les alertó: era la voz de Arlenne. Ambos corrieron en cuanto lo oyeron.

- ¡Suelta a mi hija! –Gritaba Marcus.

Como respuesta, uno de los guardias se disponía a propinar una fuerte estocada con su lanza, pero rápidamente Reyven pudo sorprenderle desviando el ataque y evitando que alcanzase a Marcus.

- ¡Reyven, mi hija! –Exclamó Marcus.

Hasta que el joven no miró al otro guardia no entendió muy bien lo que Marcus trataba de decirle; Arlenne había sido cogida de rehén.

- Te escapaste de la prisión, y eso puede costarte la vida. Pero te perdonaremos si vuelves con nosotros. –Le dijo uno de los guardias a Reyven.
- Suelta primero a Arlenne. –Contestó Reyven.

El joven desenvainó su espada.

- No pongas resistencia, no tienes oportunidad.
- Si no soltáis a Arlenne, pienso luchar hasta obligaros a hacerlo. –Dijo Reyven.
- ¡Sois unos cobardes! ¿Cómo os atrevéis a coger de rehén a una muchacha? –Gritó uno de los hombres que viajaba en el carro con el grupo.
- Si no te entregas de inmediato, mataremos a la joven y después a todos los que van contigo. –Dijo el guardia, ignorando las palabras.
- Está bien, pero tenéis que soltarla. –Dijo Reyven.
- Lo haremos.

Reyven dio un paso adelante y de repente Arlenne gritó:

- ¡No vengas!
- ¡Silencio! –Gritó el guardia, propinándole una bofetada a la chica.

Ante tal escena, la paciencia de Reyven colmó sus límites, y lleno de ira se lanzó contra los guardias. Kalehb había ganado suficiente tiempo como para coger el hacha de Arlenne y propinar un fuerte corte desde atrás al guardia que la tenía inmovilizada.
Ambos lucharon codo con codo, y juntos vencieron a los dos guardias, pero no les mataron. Fueron atados e interrogados. Pero estaban lo suficientemente entrenados como para no dar las respuestas que Reyven buscaba. Arlenne se acercó a uno colérica y comenzó a preguntarle acerca del paradero de su hermano menor, pero los labios del enemigo seguían sellados.

- ¿Quién os envía? –Preguntó Reyven, amenazando con su espada.
- No lo sabrás. –Dijo uno.
- Ya hemos fracasado. Puedes matarnos, pues es la muerte lo que nos aguarda.
- ¡Decidme quién os manda! –Insistió Reyven.
- Reyven… esta gente no hablará. Están “adiestrados” para eso. –Dijo Marcus. –Han fracasado, y seguramente ya no les importe morir.

Mientras Marcus hablaba con Reyven, sin que nadie se percatase, uno de los guardias consiguió cortar sus ataduras. Posteriormente y con rapidez cortó las de sus compañeros.

- Nunca bajéis la guardia. –Dijo uno de ellos.

Ambos se alejaron rápidamente del grupo mientras Reyven y Kalehb iban a darle caza. Se aproximaron a una fisura que se hallaba cerca del lugar, y sin pensárselo dos veces, los dos guardias saltaron al vacío. Reyven y Kalehb frenaron, observando la grieta. Volvieron con el grupo, donde todos estaban nerviosos por lo sucedido. Después de que todos se tranquilizasen, pusieron rumbo de nuevo.

Alcanzadas altas horas de la noche, después de haber cruzado ríos, más llanuras, y pasado por en medio de numerosas cordilleras, el grupo consiguió penetrar la densa y contaminada neblina de Eimbroch. Todo aquel que no estaba acostumbrado a aquel fétido aire podía contraer enfermedades incluso mortales si era descuidado.

Marcus y los suyos entraron en la ciudad y sin demora se adentraron en los angostos callejones de ésta. Llegaron a un tugurio perdido en las entrañas de Eimbroch, conocido como “El rincón de Sain”. El local era férreo y algo sucio, con un ventilador de techo que no conseguía girar sus hélices, y algunas mesas en pleno desorden distribuidas por el lugar con borrachos y gente similar. El dueño del local era tosco y con cara de pocos amigos. Caminaba con un andar torpe y patizambo, portando un delantal con numerosas manchas. Medio mellado y calvo, algo bajo de estatura. Así era Sain, el dueño aquel rincón. Marcus abrió la puerta del local con rudeza y se aproximó a la barra rápidamente. A voces, ambos hombres se saludaron, como si se conociese ya de viejos tiempos.

- ¡Saín, viejo zorro! –Exclamó Marcus.
- No puedo creer lo que ven mis ojos. ¡Tú por aquí! Que viejo que te estás volviendo, Marcus. –Contestó el posadero con una voz igual de tosca que él, pero animada.
- Tú todavía sigues conservándote, ¿eh, mozalbete? –Bromeó Marcus.
- ¿Y qué se le ha perdido a mi  viejo amigo por este antro? –Preguntó Sain, el posadero.
- Ya sabes, necesito los materiales que te encargué.
- Ah, sí. Pasa adentro, te los paso.
- Por cierto. –Decía Marcus. – ¿Tienes nueva información?
- Nada nuevo, amigo. Sabes que te la daría si la tuviera.

Marcus avisó a Kalehb y a Reyven para que ayudasen al viejo Sain a cargar los materiales en el carro. Lo habían dejado cerca del callejón donde se hallaba el Rincón de Sain. Volvieron al local y allí se sentaron todos a tomar algo para descansar de tan largo viaje.

- Kalehb. –Dijo Reyven. –Cuando asaltasteis la prisión en la que me encerraron… ¿Había una espada dorada o un arma de fuego?
- Que yo sepa, no. No vimos más que viejos y oxidados trastos tirados por ahí en medio. –Contestó Kalehb.
- Nosotros tampoco vimos nada similar. –Añadió Marcus.

Reyven entonces pensó para sí mismo: “Tal vez lo tenga aquel hombre encapuchado”.

Tras permanecer buena parte de la noche en el lugar, Sain se acercó a la mesa y les animó a pasar la noche allí. Reyven se fijó en la reacción de Arlenne al escuchar el ofrecimiento, dejando notar las pocas ganas que tenía la joven de pasar la noche en un sitio así. Marcus sin embargo, aceptó encantado la petición. Todos siguieron bebiendo y Arlenne se marchó a una habitación. Se levantó sin decir nada, y sin llamar la atención. La joven, ya una vez dentro de la habitación, observó con escrúpulo el lugar donde pasaría la noche. Se acercó a la ventana y miró al cielo, pero el aire contaminado no dejaba ver el brillo de las estrellas. En cambio, la estatua de un antiguo caballero se alzaba desde el centro de la ciudad, en lo más alto, dejando ver al menos su silueta entre la nube de polvo de Eimbroch.

Se dirigió a la cama y se sentó sobre ella, apoyando los codos sobre las rodillas, y la cabeza sobre las manos. Empezaba a pensar en su hermano. A imaginarse todo cuanto podría estar sufriendo mientras ella estaba allí de brazos cruzados. Un extraño sentimiento invadía el corazón de Arlenne, haciendo que sus pensamientos cambiasen. “Mientras Lucian está encerrado de esa manera, mientras sufre y es apartado de su libertad… los demás beben tranquilamente… ¿Por qué, Madre? ¿Qué debo hacer?” pensaba la joven.

En ese momento sonaron unos golpecitos en la puerta de la habitación. Desde el otro Arlenne escuchó la voz de Reyven pidiendo permiso para entrar. Se levantó de la cama, y sin contestar abrió al caballero.

- ¿Querías algo? –Preguntó la joven con una voz desanimada.
- Te he estado observando todo el rato, y he visto que no estabas a gusto. –Dijo Reyven.
- Ah entonces no es nada. –La chica se aproximaba a cerrar la puerta.
- ¡Kalehb me contó lo de tu hermano! –Exclamó el joven, impidiendo que Arlenne cerrase la puerta.

Ella se quedó quieta, y con un suspiro dijo:

- Lo siento, Reyven, hoy estoy cansada.

Arlenne terminó de cerrar la puerta mientras el joven se quedaba parado enfrente de ella, pensativo. “¿He hecho bien diciéndole eso?” pensó. Volvió con los demás, pero no pudo permanecer más de varios minutos. Terminó por ir a descansar sin dar explicaciones a nadie. Los demás siguieron bebiendo hasta altas horas de la madrugada.

Mientras, Arlenne, que estaba acostada en la cama de la habitación, pensaba para sus adentros en todo lo sucedido por la tarde. Mientras cerraba los ojos, pensaba para sus adentros: “Gracias, Reyven”.

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Re:Las seis sombras
« Respuesta #7 en: 16 de Diciembre de 2009, 20:22:29 pm »
Me encanta, tienes aptitudes para la escritura. Espero con ansia el próximo capítulo.
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Re:Las seis sombras
« Respuesta #8 en: 20 de Diciembre de 2009, 23:41:52 pm »
Después de leer la anterior versión, casi no parece que esta la esté escribiendo el mismo XD

Sin duda, tienes ciertas dotes para esto pero te falta experiencia (te falta job XDDDDDDDDDDDD)

Tan solo algunas puntualizaciones:

Cita de: Bianco
el frío apretaba desde la madrugada hasta que el señor de los cielos asomaba imponente su figura en el cielo
Redundancia cíclica XD
"Asomaba imponente por el horizonte" o "Asomaba imponente desde el horizonte" serían formas de que sonase menos redundante.

Cita de: Bianco
Arlenne había sido cogida de rehén.
Los rehenes se toman. No se cogen.
Es gramaticalmente correcto pero suena faltal XD

Cita de: Bianco
- Ya sabes, necesito los materiales que te encargué.
- Ah, sí. Pasa adentro, te los paso.
Creo que esos materiales no son "chocolate pal coleguita" así que vendría mejor un "te los tengo listos" , "y podrás llevartelos" o "los tengo en el almacén"
Si bien son amigos y entre ellos usan un tono coloquial, no tienen 15 años y se estan pasando revistillas XD

Por lo demás, ya te digo... de lujo XD
Me gustó mucho el personaje de Arlenne cuando leí tu historia. Espero que gane aun mas en esta versión ^^