*¡¡Capítulo 1!!*
-¿No puede ir más rápido? Por favor, que llego tarde. -Volví a mirar el reloj, quedaban diez minutos para que empezara la reunión.
Estaba desesperada, en esa reunión me jugaba mi puesto de vicepresidenta en la empresa en la que trabajaba por aquel entonces. No era nada del otro mundo, era catedrática en matemáticas y, a decir verdad, me rifaron a la hora de entrar en cualquier puesto. Trabajaba en una empresa fusionada con un banco del extranjero, y sólo en dos años había llegado a vicepresidenta de la compañía. Con solo veintidós años y medio había llegado más algo que cualquier otro que rozaba los cincuenta. En la reunión de aquella mañana tenía que presentar un proyecto sobre una nueva política que íbamos a poner en práctica a partir de ese momento para intentar ganar un quince por ciento más, del cual el cinco iría destinado a países en vías de desarrollo. Ésa era mi idea, y estaba dispuesta a que se cumpliera.
Por fin, abrí la puerta del taxi y salí corriendo escaleras arriba camino de mi oficina. Por donde pasaba todo el mundo me daba los buenos días, y yo, como en automático contestaba de la misma forma.
-¡Aurora!, ¿Ya han empezado? -Pregunté, parándome en seco, a mi secretaria y, a la misma vez, buena amiga mía.
-Todavía no ha llegado el delegado al que quisiste que invitáramos. Pero todos los demás están en la cafetería, como vi que no estabais ninguno de los dos, les propuse tomarse un buen café calentito, que por supuesto correría de nuestra cuenta. -Le dirige una sonrisa en señal de agradecimiento. -¿Puedo preguntar por qué has querido que venga ese hombre aquí? En una reunión de tan alto nivel, un hombre que se dedica a irse de voluntario a otros países y...
-Aurora, tú también vas a estar presente en la reunión, y entonces comprenderás por lo que le he dicho que venga. Acompáñame a coger unas cosas que he dejado en recepción.
-No podemos movernos de aquí, están al llevar. -Era verdad, y le di la razón, las dos maletas que había traído, podían esperar.
-Bueno, avisa a alguien para que las suba, por favor.
No pasaron ni dos minutos, cuando varios hombres asomaron por la esquina; todos trajeados y, seguramente, con buena conversación. Detrás de todos ellos, se veía a una persona cabizbaja, vestida de manera informal, con el pelo moreno y rizado por los hombros, y con un par de pendientes en la oreja. Me causó buena impresión ese chico, es más, me quedé embobada mirándolo. Debía tener unos pocos años más que yo. Aurora se dio cuenta y me arreó un codazo lo suficientemente fuerte, a la vez que discreto, para sacarme de mi imaginación.
Mi secretaria acompañó a los componentes de la reunión a la sala del fondo de esa misma planta, pero le dije a mi nuevo “entretenimiento” que esperase un momento.
-Necesito hablar con usted un momento, antes de que empiece la reunión. -Le sonreí cortésmente y le tendí la mano. -Rosa, vicepresidenta de la compañía.
-Lo mismo pienso yo. –Y, estrechándome la mano, se presentó el también. -Lucas Moreno, vengo por orden del Delegado del Conjunto de las Obras Sociales, soy su ayudante personal. El delegado me ha puesto a mí al frente de esta operación. Mucho gusto.
-Mucho gusto. -Debería dar las gracias aunque de forma indirecta, pero tuve el presentimiento de que nos veríamos más veces. -Le he hecho venir a causa de que mi nuevo proyecto, como verá en la presentación, vamos a tener ganancias de sobra para esta empresa y desearía destinar parte de ellas a campañas promovidas por su organización; por eso, creí oportuno que viniera, para que le diera el visto bueno antes de proponerle nada más serio.
-Estoy de acuerdo, ¿entramos?
Parecía como si llevara dando charlas toda la vida. Todos quedaron complacidos ante mi propuesta, se aceptó sin ningún “pero”. El presidente de la compañía, no oficialmente, por supuesto, me dijo que mi puesto estaba asegurado, aunque todavía me quedaba la más dura de las pruebas: sacar adelante mi propuesta. Pero eso no me preocupaba, tenía ganas de celebrarlo.
Un par de horas más tarde, sentada en mi oficina, recibí una llamada. Aurora descolgó el teléfono, como de costumbre, vino y me avisó.
-Dile que te deje el mensaje, que estoy ocupada. –Suspiré. -Gracias, Aurora, recuérdame que te lleve a almorzar un día de éstos. Tú eliges el lugar. –Le sonreí y me dejé caer en la butaca en la que estaba sentada. Me moría por ir a casa, cenar y sentarme en el sofá a ver una buena película. Ésa era la mejor forma de celebrar algo, bajo mi punto de vista. Aurora volvió y dejó un papel sobre la mesa, lo leí y me quedé muy extrañada. -¿Qué quiere decir esto?
-No tengo ni idea. El del teléfono no me ha dado su nombre, me ha pedido por favor que te haga llegar el mensaje, que por cierto me dijo que copiara palabra por palabra. –Se encogió de hombros. –Lo copié, pero no sabía si dártelo. He notado que el hombre parecía nervioso. Rosa, no me has contado nada de esto, se supone que soy tu amiga. ¿Conoces a alguien nuevo y no abres la boca?
-Au, conoces toda mi vida. Estoy tan desconcertada como tú.
El folio rezaba:
“No me dejes sólo con mi realidad. Te veré esta noche. Setúbal me habló de ti. Durante toda la vida, dejamos demasiadas cosas en el camino, aunque esas cosas al seguir el suyo propio pueden volver a encontrarse contigo. Yo soy una de esas cosas, pero que no dejaste en esta vida. Consecuencias de vidas anteriores nos abordan en el presente. No podemos evitar muchos problemas que suceden a nuestro alrededor, ya que muchos de nosotros no tenemos poder para cambiar a grandes masas. Este mundo no funciona como queremos. Pensemos que no todo es lo que vemos, hay mucho más haya de lo que observan nuestros ojos, tenlo en cuenta.
Puede que ahora no entiendas mucho de lo que te digo, ya te explicaré con más detalle. Te pido que no salga este asunto de ti, de mí y la de amable señorita que copia el mensaje.”
No podía dar crédito a lo que leía. Aunque noté un cambio en mi interior, la angustia que me oprimía pareció relajarse un poco.
-Ya, menuda broma. Vidas pasadas, presentes,… ¿Todo esto es lo que te ha dictado? Este hombre se aburría en su trabajo y no tenía otra que hacer. –Mi cansancio aumentó. De repente se me ocurrió una idea, que por cierto no me gustaba nada. –Aurora, en este momento no estoy para bromas. –Mi voz era pura crispación. Estaba hasta arriba de trabajo y ahora me venían con esto,…
-Rosa, yo no he inventado nada, de eso puedes estar segura. Ha llamado un chico y me ha dicho que copie palabra por palabra lo que iba a dictarme, y que te lo haga llegar lo antes posible. –Hizo una pausa, para coger aire, mientras yo seguía dándole vueltas, aún sin creérmelo. –Mira mejor vete a casa y yo me ocupo aquí de todo.
-No hace falta, resistiré.
-Insisto, vete a casa.
Tras discutirlo varios minutos, accedí. No me quedó más remedio. Au se mostraba impasible, al igual que yo. Cuando empezábamos así, podíamos pasarnos horas. Para ahorrarme el esfuerzo, le dije que ya vendría el lunes. Cogí mi chaqueta y todo lo que tenía que llevarme para preparar y adelantar trabajo.
En la calle no hacía frío que dijéramos, pero se veía a mucha gente vestidos con chalecos y rebecas. Era la parte del día que más me gustaba, me despejaba y ayudaba a olvidarme un poco de lo que ocurría en la oficina. A veces perdía el autobús pero eso no me importaba, me daba más tiempo para relajarme. Y por lo que parecía hoy sería uno de esos días.
En la parada había más personas esperando al vehículo; al llegar, saludé con educación y me senté en una de las esquinitas del banco. A estas horas de la noche, lo que más se encontraban eran chavales con sus parejas y algún que otro trasnochador. No tardé mucho en estar sentada en uno de lo incómodos asientos rojos del transporte. A decir verdad, no sabía si realmente podía llamarle autobús; era una vieja tartana, que daba más botes que una pelota, y que cada vez que tomaba una curva, algún tornillo saltaba del lugar donde debería estar.
El tráfico era fluido, cosa rara en el centro de la ciudad. Pronto comprendí el porqué: un policía se encontraba en el centro de la calzada dando paso en el problemático cruce donde se formaban retenciones de hasta más de dos kilómetros, en las cuales podías pasarte una hora tranquilamente. Bueno, no tan tranquilamente, porque a mí personalmente me desquiciaba.
Por fin sonó por el megáfono la voz que anunciaba mi parada. Cogí mi bolso del suelo, me lo eché al hombro y bajé a la calle con algunas personas más. Mi portal quedaba sólo a unas manzanas de distancia.
Busqué en el bolso las llaves del piso, abrí y llamé al ascensor. Yo nunca monto en ascensor, me siento muy incómoda; pero hoy algo me decía que debía montar en él y subir hasta mi casa. Entré y un escalofrío recorrió mi cuerpo. La puerta estaba a punto de cerrarse cuando entró un joven. No podía verle la cara pues llevaba puesto un gorro. Eso ahora tampoco importaba. Le pregunté el piso al que se dirigía, y me respondió que subía al quinto.
- Entonces estupendo, yo voy al mismo. – Le di al botón y el ascensor comenzó a subir.
-Le pasa algo, ¿no es verdad? –Por lo que se veía, mi preocupación estaba reflejada en mi cara. Negué rápida-mente con la cabeza, intentando dejar claro que no era nada, que no tenía importancia.
-No es nada, he tenido un día difícil en el trabajo, y no sé qué hago montada en un ascensor. –Estaba arrepintiéndome terriblemente de haber tomado aquel camino. –Me dan un poco de miedo, ¿sabe?
-Comprendo.
La puerta se abrió y salí de allí como si me fuera la vida en ello. Me despedí brevemente de él, para entrar en casa. No pasaron ni treinta segundos antes de que el timbre de la casa sonara. Terminé de cambiarme y me dirigí hacia la puerta.
Justo delante se encontraba el mismo muchacho con el que subí en el ascensor. Llevaba un papel en la mano. Abrí, y sin decirme palabra, me tendió un sobre para que leyera su contenido.