Kouji, un niño con el pelo verde y ojos del mismo color, estaba sentado en una silla frente a una mesa. Iba vestido con una bata blanca con el símbolo de la organización Rekenber bordado en el pecho que le iba alguna talla más grande.
Estaba concentrado inspeccionando lo que parecía ser un corazón todavía palpitante. Una vez se decidió, lo abrió con un bisturí y acto seguido se volvió para vomitar. Cuando recobró el aliento se limpió los labios con una gasa y con renovada fuerza siguió trabajando en ese corazón, pero terminó por dejarlo totalmente destrozado e inutilizable.
Asqueado, se levantó de la silla con objetivo de coger otro corazón. La sala donde estaba era algo oscura, había varias mesas, en su mayoría llenas de tubos de ensayo con extrañas substancias dentro, y fuera una etiqueta con el nombre de la sustancia, algunas con nombres tan variopintos como Karvodailnirol. A parte de mesas también había cajas llenas de materiales y utensilios, y unos enormes tubos extraños de cristal verdoso con varias tuberías saliendo de ellos.
Se acercó a la caja de los corazones, pero desestimó la idea de coger uno al ver todos esos rojos órganos latiendo repugnantemente y fue a por otros materiales. Esos materiales no eran más que tallos de plantas y esporas de setas (según la etiqueta, venenosas). Llevó unos cuantos a una mesa y los comenzó a inspeccionar. ¡Como diablos se suponía que iba a obtener alcohol de eso! Si al menos tuviera una guía...
Kouji comenzó a desesperarse. Él era el hijo de una familia de alquimistas ricos acomodados en la próspera ciudad de Lighthalzen, y sus padres querían que siguiera sus pasos así que ya desde pequeño le enseñaban cosas acerca de la alquimia y la creación de pociones, aunque sus enseñanzas eran un tanto duras. Por ejemplo, una vez le encerraron en una habitación y no le dejaron salir hasta que consiguió fabricar una poción de cada color. Allí estuvo encerrado tres días, alimentándose solamente de hierbas -las hierbas que tenia que transformar en pociones-, hasta que finalmente logró crear las pociones. Ahora, sus padres le habían vuelto a encerrar para que hiciera una botella con ácido y otra con líquido inflamable y explosivo. Esta vez, no obstante, le ayudaron diciéndole que conseguiría el ácido a partir de unos corazones y el líquido explosivo era una modificación del alcohol, que también tendría que fabricar él a partir de esporas venenosas y tallos.
El pobre chico siguió en su desesperación durante tres días, sin poder comer nada pues lo único comestible allí eran los corazones (de hecho, intentó comer uno y termino por vomitar al sentir el aún caliente y palpitante músculo en su boca) y bebiendo el agua que encontró en algunos potes con etiquetas donde había escrito H2O. Se tumbó en el suelo y, finalmente, rompió a llorar. ¿Como se supone que iba a hacer esas complicadas pociones? ¡Tan solo era un niño! No había leído nada acerca de como fabricarlas, y no tenía siquiera ningún manual para ellas. Para colmo, el dolor de barriga causado por el hambre no le dejaba pensar bien... Siguió acurrucado en el suelo, llorando su desdicha, durante media hora. Luego se durmió.
Despertó con dolor de espalda por culpa del suelo, que era muy duro, y vio que seguía encerrado en el laboratorio. Cayó en la cuenta de que lamentándose no conseguiría nada y pensó que debería de buscar por toda la sala algún libro con algo escrito. ¡O con suerte encontraría lo que le habían pedido sus padres!
Buscó debajo de la mesa donde había estado haciendo los casi trescientos experimentos fallidos y no encontró nada. Siguió buscando debajo de las mesas de toda la sala, detrás de los extraños tubos y tampoco encontró ningún libro. Ya dándose por vencido, buscó dentro de un armario y sus ojos no daban crédito a lo que vio allí... ¡Comida!
Había un suculento plato formado por una exquisita ensalada hecha con las mejores hierbas y con la cola perfectamente cocinada de algún animal (posiblemente zorro). También había una generosa copa minuciosamente decorada con una apetitosa bebida de color rojizo. Sin dudarlo se las comió, ¡el sabor era espléndido! Al beber el rojizo tónico notó que le quemaba un poco el cuello, pero eso no le impidió que siguiera bebiendo. Cuando terminó de comerlo todo se sintió algo mareado, y pensó que esa exquisita bebida posiblemente llevaría alcohol. ¡Que irónico! Él intentando fabricar alcohol y sin saberlo lo había bebido.
A parte, en la comida notó el gusto de la Izidor, una planta que causa alucinaciones si se toma en exceso... Pero lejos de terminar borracho, se sintió con más fuerzas para continuar con su tarea.
Fue a la mesa donde tantos experimentos había fallado y comenzó a trabajar en un corazón. Ya no le daba asco tocarlos y trabajaba con ellos con toda naturalidad. Falló, pero no se dio por vencido y al cabo de unos pocos minutos terminó llenando una botella con el ácido que había conseguido fabricar a partir del corazón. Se sintió orgulloso, a la par de afortunado, y fue a por los ingredientes necesarios para hacer alcohol. Al cabo de poco rato lo consiguió y lo depositó dentro de una botella, luego de tratarlo químicamente, y le puso una tela saliendo de ella (tal y como decía una nota que encontró en una caja llena trapos blancos).
Orgulloso de si mismo, cogió las dos botellas y fue hacia la puerta que estaba cerrada mediante un mecanismo. Cuando estuvo delante se abrieron y entraron sus dos padres al laboratorio. Kouji, al ver a sus dos padres, cayó rendido al suelo. Por fin ya podía descansar...
Se despertó al día siguiente en su confortable cama, estaba en su habitación. Salió de su habitación y fue directo hacia el comedor para desayunar. En el comedor estaban sus padres, orgullosos de él.
Unos pocos años después...
Kouji había crecido. Se había convertido en un adolescente de trece años que había perdido interés por la alquimia y lo había ganado por la música y, sobretodo, el conocimiento profundo de la magia.
– ¡Padre! Yo no quiero ser un alquimista. ¡No he nacido para ello! ¡Yo quiero ser un erudito conocedor de las artes mágicas! – Solía decir él
– Hijo, nos deshonras diciendo esto... ¿A caso no sabes las esperanzas que tenemos puestas en ti? ¡Y a demás dices que quieres ser un burdo mago! De sobra sabes que la alquimia es precisamente una ciencia que pretende transformar la materia sin el uso de la magia. ¡Y tú vienes con estas sandeces! Kouji, ¡te prohibimos que seas mago o lo que sea que quieras! – Le solían responder sus padres.
Pero Kouji estaba decidido, iba a ser Sabio le costara lo que le costara.
– ¡Pues muy bien! Ahora mismo me voy a Prontera para unirme a los aventureros. ¡Y no lo podréis evitar! – Dijo un día el joven de pelo verde
Su padre, cansado de la misma historia de siempre, volvió a decirle lo de siempre.
– ¡Ya está bien, Kouji! Cuantas veces hemos...
– Déjale, – le cortó Kozue, su esposa y la madre de Kouji. – deja que haga lo que quiera... Ya se lo encontrará. De pequeño nos demostró que era muy buen alquimista, pero si quiere desaprovechar así su don...
– ¡Pero que estás diciendo, madre! ¡Que don y que leches! Si me pusisteis esa comida allí expresamente. ¡Y no era una comida cualquiera, que no soy tonto! ¡He estado leyendo en libros y eso era tónico de Heweryoquesé y cola de zorro de nueve colas, y eso sirve para aumentar la destreza y la suerte del que lo come! ¡Lo hicisteis para que pudiera hacer las pociones!
– Sí, lo hicimos para ayudarte a hacerlas. ¿Pero a caso crees que un niño, por mucha comida de esa que coma, va a poder hacer esas pociones? ¡Hijo, las pociones las hiciste tú no la comida! Lo tuyo es un don...
– Ya está bien. – dijo Kouji – Deja ya la mierda de siempre. Me voy ahora... Cuando vuelva, seré un Sabio. Por mucho que os duela.
– Haz eso si es lo que deseas... Pero luego no digas que no te hemos avisado... – dijo su madre decepcionada.
Así que Kouji cogió dinero y se fue hacia el Aeroplano sin a penas despedirse de su familia. Después de unas horas de viaje, el aeroplano aterrizó en Izlude. Después de caminar un poco logró encontrar Prontera y fue al castillo. Tras enseñarle un poco sobre monstruos y lucha, le nombraron Novato... Por fin, ya era un aventurero. Y ya podría lograr su sueño de ser un Sabio.
